Se llama AR3315. Es una mancha solar que la semana pasada era invisible, pero que hoy tiene el tamaño cuatro veces mayor que el de la Tierra. Su rápido crecimiento la hace visible (incluso a plena vista, si se toman las precauciones del caso) sobre la superficie del hemisferio sur del Sol. Pero esa misma característica también podría -temen los astrónomos- conducir a inestabilidades explosivas e, incluso, a erupciones solares masivas.
Para estándares solares, AR3315 ha estado notablemente tranquila, pero observatorios de todo el mundo no le quitan los ojos de encima. Si bien estos 'lunares' en el Sol no suelen ser, en sí mismos, un problema, podrían ser un presagio de algo más peligroso. Los científicos encargados de monitorearla temen que lo que han visto sea, literalmente, la calma que precede a la tormenta… solar.
Así las cosas, la mancha solar es lo de menos. El escenario preocupante es que AR3315 produzca una llamarada solar masiva mientras está frente a la Tierra. De hecho, ya produjo una, aunque por fortuna fue de la más pequeña clase M-1. Aún existe la posibilidad de que pueda liberar una llamarada X-1, el mayor tamaño de la escala.
Se trata de erupciones tal magnitud que pueden desatar apagones en las ondas de radio en todo el planeta así como tormentas de radiación de larga duración. Por otro lado, pueden conducir a auroras visualmente impresionantes en cielos nocturnos.
El gigantesco reactor nuclear brilla para todos
Las erupciones solares son erupciones de energía de la superficie del Sol increíblemente poderosas, que se producen por la inestabilidad de la actividad interna de un astro que contiene la mayor parte de la masa del sistema solar, y que puede ser descrito con perfecta objetividad como un gigantesco reactor nuclear.
Además de la masa mencionada, el Sol es un remolino de actividad magnética. Dentro de sus turbulentos confines, las partículas cargadas, incluidos los iones y los electrones, están en constante movimiento. Pero a diferencia del campo magnético relativamente simple de la Tierra, los campos magnéticos del Sol son complejos y rebeldes: se tejen, se retuercen y se enredan. Cuando se rompen y se reconectan en un evento conocido como "reconexión magnética", se libera una inmensa cantidad de energía, lo que lleva al espectáculo de las erupciones solares.
Las erupciones solares son ráfagas radiantes que abarcan todo el espectro electromagnético, desde ondas de radio hasta rayos X y rayos gamma. En solo unos minutos, pueden liberar energía comparable a una multitud de detonaciones nucleares. A menudo acompañan a un fenómeno conocido como eyecciones de masa coronal (CME), donde grandes cantidades de materia solar son expulsadas al espacio.
A pesar de que representan un peligro real, es muy poco lo que se sabe a ciencia cierta sobre las erupciones solares. El mecanismo específico de reconexión magnética y las condiciones precisas que incitan a llamaradas significativas no se conocen del todo. Por el mismo motivo, predecir las erupciones solares de manera precisa es un arte tan elusivo como el de predecir con certeza terremotos o tornados.
Por fortuna, la Tierra cuenta con una barrera protectora en su campo magnético y su atmósfera, que nos escudan de mayor parte de la radiación solar. Sin embargo, las erupciones solares intensas y las CME asociadas pueden inducir tormentas geomagnéticas que causan perturbaciones en el campo magnético de la Tierra, algo que pueden tener efectos potencialmente perjudiciales en la tecnología.
Se presentan riesgos inmediatos para los astronautas en el espacio y los satélites, que se hallan por fuera del escudo protector de la atmósfera de la Tierra. Los efectos, sin embargo, también pueden sentirse en la superficie, toda vez que las tormentas geomagnéticas pueden desencadenar picos de tensión en las redes eléctricas, causar apagones y dañar transformadores. También puede haber fallas o interrupciones en el GPS y los sistemas de comunicación, la aviación e incluso los servicios financieros y de emergencia.
Un ejemplo histórico de esto fue el evento Carrington a finales del siglo XIX, que sigue siendo la tormenta solar más potente jamás registrada. En su pico, entre el primero y el dos de septiembre de 1859, provocó incendios en los sistemas telegráficos y auroras que llegaron tan al sur como el Caribe. El potencial de un evento similar en una época conectada como la actual subraya la vulnerabilidad de nuestra sociedad, tan dependiente de la tecnología.
Sin embargo, los científicos enfatizan que todo esto no debería ser motivo de desesperación o alarma indebida. Al igual que con todos los riesgos, la comprensión y la preparación pueden marcar una diferencia significativa. Investigadores de todo el mundo trabajan incansablemente para mejorar la comprensión de las erupciones solares, aumentar las capacidades predictivas y crear estrategias para mitigar los efectos potenciales. Es posible reforzar la infraestructura contra las tormentas geomagnéticas y establecer protocolos para reducir los riesgos durante los períodos de mayor actividad solar.
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