En algún lugar de Maryland, hay 10.000 cintas magnéticas guardadas en un almacén. Son los archivos de cuando escuchábamos las entrañas de la Luna. Y es que entre los años 1969 y 1977, los científicos de la Tierra recibieron un suministro continuo de datos sismológicos del satélite. Luego las baterías comenzaron a fallar, los sismógrafos enmudecieron, perdimos el interés y guardamos todo en un cajón.
Hasta que nos volvimos a plantear en serio esto de vivir más allá de la atmósfera y sus aledaños. En la Luna, un terremoto normalito puede llegar a durar horas y no, eso no hay estructura vital que lo aguante. Sobre todo, si una pequeña rotura puede comprometer la integridad de todo sistema.
La sonda que la NASA plantó en Marte esta semana tiene un sismógrafo muy preciso para ayudarnos a componer una imagen correcta del planeta rojo. Pero no es fácil investigar a ciegas. Así es cómo los temblores de la Luna están teniendo una nueva vida.
El romance con la Luna, Luna
Porque no hablamos de datos inconexos, estamos hablando de un registro minucioso de todo temblor (profundo o superficial), todo meteorito y todo cohete que tocó la luna entre el 69 y el 77. Es una joya de la exploración espacial, una que frecuentemente hemos desaprovechado.
Gracias a esas series de datos podemos entender mejor Marte y también la Tierra porque lo que registramos allí fue el silencio: sin el ruido de fondo del mar, la atmósfera y los seres humanos, la Luna era un remanso de paz, hasta que ¡boom! pasaba algo. Algo que, como señalaba Yosio Nakamura, sismógrafo de la Universidad de Texas, era nuevo: “las señales que se registraron en la Luna no se parecían en nada a las de los terremotos o las explosiones en la Tierra”.
Suspendida a casi 400.000 kilómetros de la Tierra, la Luna es un diapasón, una piedra fría, seca y rígida en mitad del espacio. No hay nada que amortigüe los temblores y, por ello, incluso si el terremoto no es intenso, "sigue y sigue" sin que nada lo pare.
Si la luna es el banco de pruebas tecnológicas para establecernos en Marte o más allá, debemos entender qué pasa allá y aprender a solucionar los problemas que tendríamos viviendo allí. Por eso Nakamura y su equipo quiso extraer y formatear los datos. Era la única forma de responder preguntas sobre la vida interior de la Luna y su formación y desarrollo.
El trabajo de Nakamura ha dado sus frutos. Michael Dumiak ha hecho un buen resumen de cómo es esa nueva vida científica de la Luna de hace 50 años: desde el trabajo de Ceri Nunn, del Jet Propulsion Laboratory de la NASA para refinar los sistemas con los que medimos la sismología de la Tierra hasta el de Heiner Igel, de la Universidad de Munich, que trata de entender los cambios de la superficie gracias a la información sismológica. Si esto no es reutilizar, que baje Sagan y lo vea.