No me las voy a dar de listo. Desde que me senté frente a él, me preguntaba de quién era ese rosto barbudo que tanto me sonaba en la solapa de su chaqueta. La caricatura de un rostro que estaba seguro de conocer. Media hora más tarde, cuando cruzábamos el ecuador de nuestra charla, mi entrevistado se lo señaló y gritó: ¡Dostoyevski! Claro, Dostoyevski… No podía ser otro.
Dmitry Glukhovsky, padre de la saga 'Metro';, que acaba de estrenar su último episodio ('Metro Exodus') es una rara avis del videojuego. Lo es por varios motivos; para empezar, porque los ama. Famosas son sus declaraciones mofándose de Andrej Sapkowski por las amenazas de este de demandar a CD Projekt por las adaptaciones del bueno de Geralt De Rivia; Sapkowski siempre ha aborrecido los videojuegos, más aún desde que creyó que el pequeño estudio polaco que le compraba los derechos por una modesta cantidad fija se la iba a pegar con todo el equipo. Dmitry, bien al contrario, defiende el videojuego, los suyos y los de los demás, allí donde va.
Pero Glukhovsky vive ese sentimiento agridulce de haber tocado la gloria con una primera obra y percibir que siempre te conocerán como el tío de 'Metro'. Especialmente fuera de Rusia. Aquí, en España, Minotauro ha publicado '2033', '2034' y '2035'. También, 'Futu.re' y 'Sumerki'; y nos damos con un canto en los dientes. Como les pasa a otros grandes (Clive Barker, sin ir más lejos) no queda otra que encomendarse al inglés; caso de que las obras de Glukhovsky que no son 'Metro' se publiquen en inglés. Si no, lo único que queda para leer a este autor brillante es pasarse al ruso. Poca broma.
En la hora que pasamos juntos, durante su reciente visita a Madrid, nos dio para hablar de muchas, muchas cosas. De este asunto de la veleidosa fama. De política; De Putin, claro que sí. Y de Tolstói y de Dostoyevski y de Eco y de Borges. También, de la maravillosa anécdota que encierra el origen de 'Metro'. Glukhovsky es uno de esos manantiales de palabras e ideas que nunca se agotan; es como un personaje de Dostoyevski o de su saga 'Metro'. Se empieza a hablar por un extremo y se termina quién sabe dónde. Pero, desde luego, el viaje es placentero. Incluso cuando la luz se apaga y gruñen los mutantes.
En el arranque de 'Metro Exodus', lo primero que se ve es tu nombre. Imagino que es algo que te hace sentir orgulloso; porque no es nada habitual en videojuegos. La pregunta es: ¿Fue una recompensa del estudio por lo mucho que sueles defender el medio y su valor cultural?
[Risas]. La verdad es siempre más compleja de lo que uno se creería. No, no, no. Es una obligación contractual del publisher.
¿En serio? [Risas]. Mejor aún.
Es que se supone que ya desde el anterior… A ver, algo que quiero aclarar de entrada. Hablamos de mi relación con el publisher, no de mi relación con 4A [el estudio desarrollador]. Mi relación con 4A siempre ha sido extrictamente creativa. Lo ha sido durante una década. No hablamos ni dinero, ni de créditos. Y si nos peleamos, nos peleamos siempre por la historia. Y esto es estupendo, porque así es únicamente el publisher el que se come el chocar conmigo en dinero, política y demás cosas [risas].
Lo que se suponía que iba a pasar es que mi nombre se mencionaría al estilo de 'Tom Clancy's Rainbow Six'. 'Dmitry Glukhovsky's Metro'. Me dijeron: "Eso no queremos hacerlo" [risas]. Les pregunté: "¿Y entonces, qué hacemos?". Me propusieron lo del crédito de apertura nada más encender el juego. Acepté.
He vivido diferentes fases con esto, ¿sabes? Con el ser mencionado como el creador de una famosa saga de videojuegos. El problema es que llevo haciendo esto 20 años. Empezó conmigo, literalmente como adolescente, imaginándome lo guay que sería vivir un postapocalipsis. Cuando tienes veintitantos, la idea pierde gran parte de su atractivo. Llevar un kalashnikov, una máscara de gas… Vamos, que vas a por capas más profundas para justificar esto.
Ahora, intentas transformarlo en una metáfora. Y es entonces cuando te percatas que lo habías hecho inconscientemente: porque el metro de Moscú es a medias transporte, a medias museo, a medias templo. Tienes un montón de estatuas que glorifican a los grandes héroes soviéticos, pero que están esculpidas siguiendo la estética romana o helena.
El objetivo, evidentemente, era precisamente este: parecer un templo. Un lugar que recuerda al ruso que se ha convertido en un ciudadano soviético, el comunista convencido. Pero el hecho de que lo elijas como marco de tu fábula de ciencia ficción, como es mi caso, tampoco es un accidente, una coincidencia. Evidentemente, yo también soy un ciudadano soviético. Yo también he vivido este proceso de ruso a soviético.
Así que tocaba psicoanalizarme a mí mismo. ¿Por qué escogí 'Metro'? ¿Por qué me resultaba atractiva de encontrarme ahí encerrado después de un holocausto nuclear? ¿Por qué me atraía quedarme allí encerrado en esta suerte de templo/museo lleno de estatuas; un lugar que ni siquiera se podía expandir, porque la tecnología para hacerlo ya no estaba disponible? Encerrados allí, sin ningún futuro, con nuestro pasado.
¿Pero como adolescente? Solo me estaba divirtiendo. Luego, creces. Te dices: "Soy algo más grande que mi primer éxito". Tuve esta idea que era mi homenaje al realismo mágico latinoamericano: por Márquez, por Borges y por Cortázar. Y entonces te preguntas a ti mismo: "¿Pero, realmente, quiero que me mencionen por todas partes como el autor de 'Metro?". Y piensas que no; que no quieres eso.
Lo que pasa es que… 'Metro' no es meramente una novela de acción o de ciencia ficción. Es una novela generacional; va sobre crecer. Es una descripción del paisaje postsoviético apocalíptico que tenemos en Rusia y más cosas. Y la cosa es que pasa el tiempo y… [risas] y esta historia es la más popular de larguísimo que hayas hecho jamás. No solo por los videojuegos, sino porque, de alguna manera, es viral. Pasa de generación en generación. Y desde hace 20 años es el libro más querido para el lector juvenil (de unos 12 años) en toda Rusia. Y también en las prisiones, desgraciadamente [risas]. Ni idea por qué.
Tal vez porque también viven encerrados.
Sí. Es verdad, lo están…
El caso, pasas por diferentes procesos de aceptación de todo esto. No da mucha confianza pensar que lo que escribiste con 17 años es probablemente por lo único que se te va a recordar. ¡Es que tengo más cosas! Tengo 'Futu.re', una distopía sobre la inmortalidad y el sacrificio inmortal.
'Futu.re' tiene una construcción de mundo magnífica.
¡Gracias! Pero nadie lo sabe. Por 'Metro'; por los videojuegos. Tengo un libro sobre sátira política escrito en tono grotesco.
Ese sé que no lo tenemos en castellano.
Es que lo han traducido muy poquitos países de Europa del Este; no está ni disponible en alemán.
La gente se empieza a dar cuenta de que hago más cosas que 'Metro'. Se empieza a dar cuenta; pero realmente no se ha dado cuenta de verdad.
Sumándolo todo, es una cuestión de aceptarse a sí mismo. Entonces ahora digo: "¡Sí, lo hice, joder! ¡Lo hice!"
[Risas].
El caso es que me he pasado años intentando transmitir la imagen de un verdadero autor, no simplemente alguien que entretuvo una vez con gran éxito a los adolescentes. Así que acabas diciendo: "Pues venga, que le jodan a todo el mundo".
A ver, no voy a complacer al fan más. Voy a hacer mis cosas, las que me interesan a mí. Ahora, es 'Metro Exodus'. Y lo siguiente será un drama adulto de alto vuelo literario. Y luego será teatro. Este año, estoy terminando una obra teatral sobre el Holocausto.
¡Vaya!
Sí.
El año pasado publiqué 'Tekst', un thriller ultrarrealista sobre la corrupción en Rusia. Es un drama muy personal. La adapté al teatro; está en cartelera todavía en Moscú. Acaban de iniciar el rodaje de su adaptación cinematográfica; en Rusia.
Después de lanzar 'Metro Exodus', voy a escribir un drama familiar, sin nada de ciencia ficción: marido contra mujer usando como armas a sus hijos; y viceversa. Y luego… Ni idea.
Necesitas probar muchas cosas.
Sí… Para empezar, porque necesitas mantenerte apasionado. Cuando repites algo que ya has hecho con éxito una vez, es imposible, por desgracia, tener la misma pasión. Así que tienes que añadir cosas; o reinventarlas. Por ejemplo, 'Metro 2035' es poner patas arriba 'Metro 2033'. Todo lo que aprendiste en el primer libro ya no vale; que estaba equivocado.
Cogemos este mundo cuasi idílico, lo abrimos en canal y metemos las manos sucias en su estómago y empezamos a lanzar cosas fuera. '2035' es una distopía política dura sin elementos de fantasía que la suavicen.
Básicamente, es iterar. No seguir lo que quieren los editores; ni los fans. No preocuparte por tu salud financiera. Hacer simplemente lo que quieres hacer. El Futuro. La Historia. Columnas de opinión sobre política. Necesito apasionarme.
Como no estoy en las drogas duras, es por eso que… [risas] la única manera en la que me pongo eufórico es escribiendo. Inventando cosas y luego profundizando en ellas.
¿Por qué eres tan político? ¿No se puede escapar a eso si uno es ruso?
De hecho, mucha gente en Rusia trata de separarse tanto como puede de la política. Eso me viene, simplemente, de que soy un periodista político por educación y por profesión. Estuve tres años en EuroNews. Luego otros tres años en Russia Today. He visto la verdad desde ambos lados. Hoy en día, escribo columnas de opinión para 'Nóvaya Gazeta', el último periódico independiente de Rusia.
Es algo que me hipnotiza. Si analizo mi obra, a un nivel personal, creo que hay una serie de obsesiones recurrentes: la muerte y envejecer…
Eso es algo muy presente en 'Metro' y en toda tu obra.
Vaya si está presente. Especialmente en los espejos.
[Risas].
Otra dimensión recurrente es la sociedad manipulada. Las verdades y las mentiras; y la propaganda como herramienta para diseminarlas. La relación entre los individuos y los poderosos. Cómo la gente es gobernada por los poderosos, a veces con violencia, a veces sin ella.
Todas estas cosas me hipnotizan. Porque no tengo ninguna ambición política en lo personal, porque creo que me desfiguraría mentalmente; creo que la seducción del poder es demasiado fuerte. Especialmente cuando entiendes cómo se gobierna a la gente. Pero sí es interesante estar en un lateral o sobrevolando la política, para poder describirla con precisión; especialmente, en tiempos totalmente demenciales. Cuando todo el mundo se deja llevar por los mensajes propagandísticos que no son más que estereotipos replicados o evolucionados de los que se usaban con éxito en los 30 y en los 40.
¿Y, más allá de esos estereotipos, cómo es la Rusia de hoy según tu descripción?
Pues la Rusia de hoy es básicamente la que fue. Desde el punto de vista estatal, es una gran corporación privada del señor Putin, con diversos departamentos: parlamento, policía, tribunales, iglesia, crimen organizado… Y son, como digo, departamentos de una empresa privada. Tienes sus conflictos entre ellos, pero no son ramas de poderes independientes. La prensa es otro de esos departamentos. El crimen organizado es otro departamento; controlado por servicios especiales. La iglesia, también; con sus propias ambiciones políticas, pero se puede levantar un teléfono y ordenarles qué deben decir. Son una división de esa corporación privada que gobierna Putin.
Es una suerte de Amazon más malvado, ¿no?
[Carcajadas] Sí. También es un Amazon más rico, eh. Y un Amazon que tiene armas nucleares.
Es una república bananera [Rusia]. No es una democracia; tampoco una dictadura. Es un régimen relativamente humano; más humano, por comparar, que la Chile de Pinochet. Más humana que España bajo Franco o incluso Portugal bajo Salazar. No ha habido siquiera 100 personas asesinadas por el régimen. Los encarcelan; y en un tiempo, los liberan. Es más bien un régimen autoritario blando.
Sí ha habido un par de asesinatos significativos. ¿Periodistas asesinados? Sí. Pero no represiones en masa.
Claro, porque el marketing sería terrible.
Sería terrible, sí. Lo fascinante es que en esta era moderna de Rusia te puedes valer de referentes del pasado, como si los fueras a usar, y la gente simplemente se asusta. Dejan de resistirse, porque magnificas un hecho aislado con tu lente mediática. Por ejemplo: matas un político y así todos los políticos creen que su cuello está en peligro.
Como el secuestro del director de cine Oleg Sentsov. Se pensó que con su secuestro habría una caza de brujas.
O Boris Nemtsov, que lo mataron frente al Kremlin. Coges a un artista de pensamiento libre, grande, con repercusión, y lo castigas. No lo castigas realmente. El tío seguirá yendo a sus cafés de confianza. Pero das la sensación de haberlo reprimido. La prensa se lo cree, todo el mundo se lo cree y das la sensación de que existe la represión sin tener que ejercerla realmente.
Coges a una adolescente y la mandas a la cárcel por "tramar contra Putin"; lo que es grotesco. Pero todas las madres de Rusia, en consecuencia, miran eso desde su casa y no lo olvidan. Así que es, como decía, más transmitir la impresión de la represión, pero no ejercerla con dureza.
A Nemtsov si lo mataron de verdad; y fue más que suficiente para acallar todas las voces políticas de la oposición. Para que se quedaran en casa y no tramaran.
La gente, en Rusia también, creo que es muy naif. No es su culpa, porque les llevan mintiendo 70 años. Y ahora les mienten de la misma manera, una manera por la que por cierto sienten nostalgia. El viejo conflicto entre Este y Oeste. Esta lucha en la que, por supuesto, Rusia cae del lado de los justos y Estados Unidos es el imperio codicioso que quiere destruir a Rusia y que fomenta el terrorismo en todo mundo.
Nada más lejos de la verdad. De hecho, hay que reconocer que el KGB fue quien entrenó a Carlos El Chacal y quien ha entrenado todos estos años a cuanto terrorista hay por el mundo. Y financiándolos. Pero aún así, los rusos nos creemos que estamos del lado de los buenos, de los justos.
Pasa lo mismo con los estadounidenses. Se creen que son la encarnación del bien en el mundo.
Creo que lo que pasa es que cuando realmente te conviertes en un Imperio, no puedes contarle otra cosa a tus ciudadanos. Cuando tus intereses te empujan más allá de las fronteras, tienes que explicarle a tu ciudadanía y al resto de mundo que estás en el bando de los buenos.
Y a ver, Rusia no es lo peor del mundo, pero su reputación está completamente destruida. Creo que hace un lustro o así en el que dejaron de preocuparse por su reputación. Creo que incluso lo recibieron con agrado: tengamos la peor reputación de todos. Aunque no podríamos enfrentarnos a todos, que se crean que podemos; que se crean que somos venenosos.
Creo que es simplemente una manera de autoprotegerse. Me refiero a la clase gobernante de Rusia, que busca ahora la manera de transmitir sus poderes a sus hijos. Han privatizado todo el país; Rusia ya no es un país socialista, sino una compañía privada. Y regida por pocos; un par de familias. Y solo quieren transmitir este control serenamente, sin que Estados Unidos intervenga, a sus hijos.
Esto es, a grandes rasgos, lo que ocurre.
Y la gente, pues se deja llevar por los estereotipos del pasado. Sí, somos los buenos. Sí, somos los que trabajan duro. Nos atacaron. Sufrimos una derrota vergonzosa en la Guerra Fría, pero nos estamos alzando sobre nuestras rodillas; pero, por supuesto, el malvado Oeste quiere contener nuestro alzamiento, debilitarnos, acabar con nosotros. Pero no les dejaremos y bla, bla, bla…
Y este es su nivel de imaginario. Porque una persona real no hace una mierda [en relación al poder y la política]. Una persona real se va a su trabajo, en Moscú unos mil dólares al mes; en un provincia, como unos 300. Vuelve a casa, se pone a ver series de televisión sobre Ucrania y sobre cómo los nazis orquestaron el Holocausto. Y luego se congratula de que no tengamos una revolución en las calles. Probablemente, le echa un ojo también a algo de Netflix, porque lo tiene pirata, y finalmente se va a dormir.
Y esto es la realidad.
Esto es.
Además, cada vez están más cabreados con el estado y el Gobierno. Aguantan a Putin, porque Putin es una suerte de símbolo para ellos. Es como el zar. Él no es responsable del nivel de vida de mierda que soportan.
No es muy distinto que, digamos, un país latinoamericano al azar.
Un símil interesante. Cambiemos de tercio. Me gustaría hablar de tu estilo literario. Has mencionado los grandes autores del realismo mágico: Márquez, Borges… Pero creo que hay también en ti una conexión clara con los clásicos rusos: Tolstói o Dostoyevsky:
¡Este es Dostoyevski! [señala a la caricatura-pin que lleva en la solapa de la chaqueta].
¡Es verdad! Pues creo que hay una conexión en la manera en que los personajes cuentan historias. En 'Metro 2033', durante las 100 primeras páginas, la trama avanza pausada porque estás construyendo el mundo. Y el mundo se construye a través de diálogos o más bien monólogos de personajes principales y secundarios. Son narradores orales que te cuentan historias sobre el Metro. Y esto, creo yo, es algo muy de autor ruso.
Tienes que entender que esas 100 primeras páginas fueron escritas a mis 17; y no las arreglé. Eran la huella de lo que fui a esa edad; las dejé hacer. Muchas cosas son intuitivas en 'Metro 2033'. No es una historia planificada en absoluto. Las novelas que escribí luego sí lo son; hay mucha planificación.
Pero en 'Metro 2033', especialmente en la primera parte del libro —que lo escribí cuando aún era un estudiante universitario; y la idea venía del instituto— solo estoy reproduciendo una serie de intuiciones de cosas que había consumido como chaval o adolescente; es algo natural.
Así que, aunque estuviera muy impresionado por el realismo mágico, también estaba muy influido por los Strugatsky [los hermanos Boris y Arkadi]. Y ellos eran famosos por introducir la ciencia ficción como metáfora para debatir dimensiones políticas y sociales. Especialmente, en momentos en los que no puedes debatir sobre la política o la sociedad, porque la sociedad no deja de ser política.
Pero… Cuando intenté adaptar 'Metro 2033' a guion cinematográfico, me di cuenta de que ya se había estructurado sola en tres actos; como un guion. Intuitivamente. Pero, por supuesto, esto de los tres actos lleva desde.
Homero [risas].
Exactamente. Desde Homero; desde los mitos griegos. Y luego Campbell, en 'El héroe de las 1000 caras', lo universalizó.
Es como si la mente humana pensara en tres actos.
Totalmente. Problema, conflicto, resolución. Así que, intuitivamente, lo hice así.
Tengo que reconocer que, por aquel entonces, no era muy fan de Dostoyevski. Y puedo decir lo mismo de Tolstói. No puedes empatizar mucho con las historias de adultos y sus problemas de los 40 y los 50, cuando tienes putos 13 o 14. Si eras una chica leyendo 'Guerra y paz', pues te emocionabas con la escena del baile de Natasha Rostova. Es lo mismo que cuando vas a la discoteca: el cruce de miradas, el baile…
Y los chicos, los chicos quieren la guerra. El peligro, el coraje. Cosas como estas. Y todo lo que hay entremedias, que es la Paz [del título], pues pfffffff. ¡Un coñazo! [carcajadas] ¡A quién coño le importa! ¡A mí [por su yo de 17], ni de coña!
Como era muy buen estudiante de literatura, me lo leí entero, un puto coñazo de cuatro volúmenes. Pero, al mismo tiempo, está en ti. Lo absorbes, y aunque no lo entiendas del todo o no empatices pues es…
Parte de ti.
Sí. Es como programación neurolingüística. Raslkonikov es parte de ti. Chejov, también.
Cuando publiqué por primera vez y me tradujeron, estaba, por supuesto, en la fase de negación. ¿Yo? ¿Literatura rusa? ¡No! ¡No, no, no, no! [hace el símbolo de la cruz cruzando los dedos, el vade retro más universal]. Yo valoro a Márquez, a Borges, a Gustav Meyrink. Esas son las cosas con las que me identifico.
Y todos, todos los lectores extranjeros: "Pero a ver, si eres el típico autor ruso. Sufrimiento. Monólogos interminables. El alma humana. Tararáaaaa… Un autor ruso". Y yo: "No. ¡No-no-no-no-no-no-no-no-no!".
[Carcajadas].
Y, aparentemente, sí. No puedes escapar a eso.
Aparte de tus evidentes raíces dostoyevkianas, hay otro aspecto que me resulta muy interesante. Eres un autor, como Gaiman, George R.R. Martin o tantos otros (el mismo Borges) que mezclas, por así decirlo lo popular con lo gafapasta. Hay el discurso político profundo, pero también hay la diversión.
Es la medicina amarga recubierta de azúcar. Eso es. [risas].
A ver, si cuentas una historia que la gente no lee, pues no merece la pena escribirla. Y si vives en un mundo donde todo el mundo tiene TDAH [el síndrome de déficit de atención]…
Estuve en una conferencia hace poco, charlando con un lector en Barcelona. Nos volvíamos en la misma dirección de la sesión de firma, por la Avenida Diagonal; así que fuimos juntos. Me dijo (tenía 18): "Sí, tío, tengo el TDAH. No me concentro en un libro; me aburro. Ni en una serie; me aburro. Ni estudiando…". Siguió así un rato hasta que le dije: "Sabes, creo que yo tengo TDAH también".
¡Pero vamos a ver, si lo tiene todo el puto mundo! Como no lo vamos a tener cuando todos tenemos un smartphone petado de 100 ventanas, más el WhatsApp, más el Telegram, más el Facebook. Te tienes que concentrar en todo eso y luego, evidentemente, te aburres de leer 30 segundos seguidos el mismo texto. Es un problema universal.
En los 80, creo que también estaba este problema; pero tu padre o tu madre te calzaba una hostia y volvías a estudiar.
[Carcajadas].
Es como la depresión. ¿Depresión? ¿En los 70? De eso no había. Emborráchate, sal y te irá bien.
Hemos empezado a tenernos demasiada lástima; lo mismo pasa con el TDAH. Pero hay que reconocer que a la gente se le hace cada vez más difícil permanecer concentrada. ¿Multitarea? Sí. Podemos retener muchas cosas a la vez. Pero la capacidad de enfocarnos a una tarea o una historia se ha reducido drásticamente.
Si quieres te lean, y yo escribo para que me lean y para vivir, tienes que pensar a lo mejor no en entretenerlos, pero sí en al menos retener su atención.
Para eso se usa el misterio.
El problema con el misterio es que está visto como algo de baja estofa. Corrígeme si me equivoco, pero creo que hay solo dos maneras de mantener la atención de alguien leyendo una historia. Uno es el drama: posición A, posición B, ¡choque! [choca las palmas]. Aquí tu atención se retiene porque estás intrigado por cómo va a terminar. ¡Aquí los Montesco! ¡Aquí los Capuleto! ¿Quién ganará? [Risas]
Como en un partido de fútbol.
Esto es. El drama.
Y lo otro es el misterio, la fantasía, el contexto político. Cualquier cosa que te impida tener la imagen completa sobre un suceso. Así que tu interés se mantiene por juntar las piezas del puzle. Y esto se considera algo de baja estofa. De baja estofa para un autor prestigioso. No es serio.
El drama es muy serio. El misterio no lo es.
Pero Borges y otros grandes de la literatura lo usan constantemente.
Por eso al pobre cabrón nunca le dieron el Nobel. ¿no?
[Risas].
Lo mismo con Umberto Eco, al que jamás le dieron un premio de los grandes a pesar de que era tan grande como Márquez. Y definitivamente mucho mejor que Alice Munro.
[Carcajadas].
Así que… ¿Por qué Borges y Umberto Eco no ganaron el premio Nobel? Porque les preocupaba entretener a la gente. Les preocupaba ser leídos. Y los putos miembros de la puta Academia de la puta Estocolmo decidieron: "Bah, estos no merecen la pena".
Pero entonces tampoco la merecen Homero o Shakespeare, porque entretenían.
¡No! Tampoco les dieron el Nobel, ¿verdad?
[Carcajadas].
[Carcajadas].
Aunque Bob Dylan sí es un artista. Bien es cierto que va de hippy, de hippy octagenario.
Habiendo dicho todo lo dicho: si quieres hablarle a la gente de cosas difíciles, más vale digerírselas un poco. Si quieres que sientan las emociones y pensamientos que quieres transmitir, definitivamente tienes que descubrir cómo hacerlas entretenidas. No divertidas, tal vez. Pero sí potentes.
En este sentido, mi carrera literaria se encuentra en este punto. En explorar cómo retener la atención de otras maneras. Estoy experimentando mucho con ello.
Por ejemplo, en 'Tekst', la novela de la que te hablé antes, la última que he publicado en Rusia. Te cuenta la historia de un joven estudiante que se va con su chica a un pub, a celebrar su segundo año de éxitos académicos. El caso es que hay una redada policial, él empuja a un policía y el policía, que es más o menos de su edad, le pone una bolsita de cocaína en el abrigo. Le caen siete años por tráfico de drogas.
Cuando el prota vuelve, descubre que su madre ha muerto hace dos días: de un infarto. Así que el tío localiza al agente de policía que lo encerró y lo mata con un cuchillo de cocina. Y este es solo el arranque de la historia.
De pronto, encuentra el teléfono móvil del agente y comienza a hacerse pasar por él, como si aún estuviera vivo, wasapeando a sus seres queridos. El padre era un agente de policía; la madre no quería que fuera agente; la novia está embarazada y quiere abortar…
Es como si fuera el tercer hombre, viendo las tripas de la vida de su víctima.
Se convierte en él. Por una semana. Luego, necesitará escapar.
Y hablando puramente de estilo. Ahora que planificas y tienes un mayor control de la artesanía. ¿Qué cosas te interesa probar en cuanto a todo: uso del lenguaje, puntos de vista, estructura narrativa…
Pues una cosa que estoy explorando en las últimas, como en '2035'… Realmente, no sé si esto se notará en las traducciones, porque descubrí que en otros idiomas se lo cargan poniendo acentos locales (risas). Hay dos autores muy famosos en Rusia que me influyen para esto. Uno es Isaak Bábel, el de 'La caballería roja'. Extraordinariamente escrito y muy breve. Míratelo si no lo has leído. El ruso que utilizó es sencillamente impresionante.
Y el otro es Andréi Platónov y su 'El foso';. Es un libro de los 20, y en los 20 jugaban mucho con el lenguaje. Usaban el lenguaje de los eslóganes políticos, conceptos ingenieriles usados para describir sentimientos. Para mí, fue alucinante leerlo. Y sobre todo, reprogramar el lenguaje. Usar palabras mal a propósito; para que te frenes en la lectura. A veces, como lector, vuelas por una descripción sin pararte de todo a extraer su significado profundo. Pero al usar palabras mal es como si tropezaras. Te paras y dices: "Pero espera, esta no es la palabra correcta".
Usar mal palabras, esconder significados, y añadir segundos y hasta terceros sentidos es lo que estoy explorando a nivel lingüístico. No sé cuánto de esto se transmite en las traducciones, claro.
Desde el punto de vista de la estructura, creo que fue por primera vez en 'Futu.re' que dejé de describir sentimientos. Hacerlos un poco como acotaciones de teatro; exagerarlos, a veces.
Hoy mismo, iba caminando a la estación de Sants y pensé que la diferencia esencial entre lo considerado artístico y lo considerado pop, es que lo pop no puede inquietar. La cultura pop es puro entretenimiento; mientras que lo artístico es entretenerte mientras te inquietan. Así que ahora mismo mi propósito es inquietar; pero al mismo tiempo recompensante como lector por torturarte y estar bien seguro de que dichos sufrimientos estén justificados en la catarsis del desenlace.
Lo que debería suceder es que de alguna manera pierdas las fronteras entre tú y el personaje. Que de alguna manera te conviertas en él antes de que empiece a hacer cosas terribles con las que no podrías identificarte en el arranque.
Puedes hacer lo peligroso y lo terrible se consigue transmitir cuando el lector ya es el personaje; cuando lo quiere. Cuando posees su empatía.
Totalmente. Totalmente. Porque lo amas y lo tienes que seguir.
La confesión también funciona muy bien. No me refiero a la confesión de tus crímenes, si no de tu lado oscuro. Eso nos toca a todos. La personalidad no es más que… [risas] No es más que un fino ajuste entre los diales que todos tenemos.
Y también mostrar ese lado oscuro que todos tenemos.
No porque lo queramos glorificar, ojo. Solo mostrarlo. Porque mostrarlo permite tratar de sanarlo. Negarlo, solo lo hace más fuerte.
Estoy de acuerdo. Me quedan dos preguntas. ¿La primera chispa de 'Metro 2033' fue, de facto, en el metro de Moscú?
Empecé a viajar en metro a los 10 años. Solo, me refiero.
¿Solo?
Solo. A ver, fue una cosa rara…
Cuando tenía 10 años, era 1989. Nos encontrábamos a punto del colapso de la Unión Soviética. Eran los dos últimos años de la URSS. En consecuencia, aún había calma. La URSS era muy segura, en lo que a crimen urbano se refiere; en cierto sentido, más segura que una ciudad como Barcelona. Podías dejar a tus hijos jugando en la calle hasta tarde, que no pasaba nada. Totalmente en calma. No había crimen urbano.
Así que mis padres me dejaban hacer, solo, el trayecto diario siguiente: 15 minutos en bus y luego 45 minutos en metro con dos cambios de línea. Era recorrerse la ciudad de punta a punta dos veces al día. Un chaval de 10 años. Y solo si no había vuelto a casa a las cuatro, había de que preocuparse.
Y esto era el Moscú del 89.
Sí. A lo mejor algunas de las ciudades más industrializadas de provincias eran menos seguras. Pero Moscú era una balsa de aceite.
A los 12, cuando la URSS colapsó, llevaba ya dos años de ir a la escuela solo; así que continué haciéndolo. Pero fue en este momento cuando el crimen en las calles comenzó a aparecer. Nunca tuvimos bandas en sí; pero sí empezamos a tener crímenes en las calles. Los adolescentes mayores maltratando a los pequeños.
O sea, que la semilla estaba ahí.
Totalmente.
Es bello, porque es totalmente lógico. Lo que viste en el metro en el 91, proyectándolo al futuro, era la decadencia de tu 2033.
Es que hay que tener en cuenta que el 91 es el año en el que colapsa la idea de un sistema centralizado. Las provincias quedaron abandonadas a su suerte. Todo lo que nos había contado de la Gran Revolución, de cómo se libro a los trabajadores de la opresión del malvado Zar, de Lenin, de Stalin… Y a la vez estaba la visión de ese gran futuro comunista, el que justificaba las muertes de nuestros padres y abuelos.
Todo esto colapsó y nos despertamos en un nuevo mundo. 21 de agosto de 1991, la URSS deja de existir. "Os podéis ir a casa". La gente, que había vivido en este limbo comunista más de siete décadas, no entendía. "¿Un momento? ¿A qué casa?". El estado se quedó con el dinero de todos y el partido comunista casi dejó de existir.
Los poderosos empezaron a privatizar salvajemente el país. Los ideólogos, la KGB, fueron raudos a meterse el país en el bolsillo. La gente se quedo abandonada, sin saber qué hacer. De pronto, surgieron grupos nazis en el país que estaba tan orgulloso de haberlos derrotado. Y nacionalistas en un país tan orgulloso de ser símbolo de lo internacional.
Era un caos total. Y también una libertad total. Así que este era el nuevo mundo sobre las ruinas del viejo que describí en 'Metro'.
Sí. Sí lo es. Me parece alucinante que encaje tan bien con lo que vivisteis con el fin de la URSS. Es lo mismo. Vayamos a la última pregunta. Has hablado de una obra de teatro sobre el Holocausto, nada más y nada menos. No hay tema mayor. Muchos grandes artistas, algunos supervivientes, lo han tratado. ¿Por qué el Holocausto? ¿Y cuál es tu mirada al genocidio judío?
Mi padre es judío. Personalmente, no descubrí hasta los 14 o 15 que era medio judío. No estaba preparado para aceptar tal legado judío; no estaba preparado, sobre todo, para ser el oprimido, el odiado, porque, por lo que sea, no hay pueblo más odiado en la historia. Simplemente, gusta lo de odiar judíos.
Estaba en un país soviético, totalmente multicultural donde no importaba la cuestión del legado, de tu ascendencia. Prueba de ello es que mi padre no me confesara que yo era medio judío hasta los 14. Antes de eso, yo era simplemente ruso. Cuando cumplí 16, me fui a estudiar a una universidad de Israel.
No fue una reconciliación fácil. No me sentí, en plan, "¡Ey qué feliz que soy judío!" No. Aprendí a aceptar mi identidad fragmentada. Que no soy totalmente un ruso. Que ya no soy un soviético. Y que tampoco soy un judío. Definirte a ti mismo, cuando una parte de ti la odian, va en paralelo al vaivén de pasar de entretener a adolescentes a hablar del Holocausto. Te van a acusar de oportunismo; puede que hasta de banalizar. Que tocar un tema así, manoseado hasta la saciedad y hasta abusado por grandes maestros… En resumen, ¿qué vas a aportar tú?
Esta es un poco la dimensión personal. Asumir este reto. Interrogarme a mí mismo. Leer mucho. Visitar Auschwitz por primera vez. Estudiar la historia.
Lo que me asombra más es como la gente… No hablo de la SS, tiene su interés estudiar los mecanismos mentales que te hacen creer en el derecho de masacrar ancianos, mujeres y niños indefensos. Pero me impresiona mucho más cómo una nación tan magnífica como Alemania, que se jactaban de ser una de las más civilizadas, sino la más civilizada, de Europa, con su filosofía, psicología, sociología, política rompiendo moldes… Cambiando el paisaje intelectual…
Por un lado, cómo pudieron convertir el genocidio en algo tan racional y guiado por la productividad. No era asesinato en caliente, llevado por la pulsión del momento. Era algo de pura racionalidad humana para cometer actos ya no atroces, sino directamente monstruosos; por debajo de lo más cruel que pueda hacer un animal. Cómo funciona eso me fascinaba.
Y por otro lado, otra cosa que me impresiona aún más, cómo la gente que no necesariamente participaron directamente, pero que lo sabían, vivían con ello. Los que veían ir los vagones de la muerte a los campos de exterminio desde sus casas y no se preguntaban a qué coño iban allí y de dónde coño venían.
Estos son las cosas que me apasionan del Holocausto. No sé si podré innovar mucho en lo ya dicho, pero es tremendamente interesante explorar este asunto para saber qué cojones somos [los seres humanos]. Porque lo que les pasó a los alemanes, le puede pasar a los rusos, a cualquiera…
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