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«CRISPR nos da una baza agresiva y directa para combatir el coronavirus», Lluís Montoliu, presidente del Comité de Ética del CSIC

El currículo de Lluís Montoliu es espectacular. Es doctor en Biología por la Universidad de Barcelona, ha sido profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid durante veinte años, y desde hace ya más de dos décadas ejerce como investigador científico del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología. Además es miembro del comité de dirección del Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Raras (CIBER-ER); de hecho, su actividad investigadora gira alrededor del estudio de las enfermedades raras que tienen base genética, como el albinismo.

Lluís ha sido pionero en la introducción y el desarrollo en España de la tecnología de edición genética CRISPR, lo que le coloca como uno de los mayores expertos en organismos modificados genéticamente no solo de nuestro país, sino de todo el mundo. Por si todo esto no fuese suficiente, además, a principios del pasado mes de julio fue nombrado presidente del Comité de Ética del CSIC, una responsabilidad adicional en la que trabaja codo con codo con la matemática y también investigadora del CSIC Carme Torras.

Carme es experta en inteligencia artificial y robótica del Instituto de Robótica e Informática Industrial (IRI-CSIC-UPC) de Barcelona, y ejerce como vicepresidenta del Comité de Ética del CSIC. Desafortunadamente sus compromisos no le han permitido estar presente junto a Lluís en la entrevista que recogemos en este artículo, que, como estáis a punto de comprobar, desarrolla las implicaciones éticas y el impacto que está teniendo la edición genética en el mundo actual. Lluís, de propina, nos ofrece también algunas reflexiones acerca de la pandemia en la que estamos sumidos extraordinariamente interesantes, especialmente viniendo de un científico con sus conocimientos y responsabilidades.

Los científicos también pueden llevar a cabo prácticas fraudulentas

¿Cuáles son las atribuciones del Comité de Ética del CSIC que presides?

Es un comité consultivo que asesora a la presidencia y al consejo rector de nuestra institución. Fundamentalmente son dos los ámbitos en los cuales trabajamos. Por un lado garantizamos que toda la investigación que realizan nuestros investigadores en todos los centros del CSIC se lleva a cabo de acuerdo con la legislación vigente. Esto es muy importante. En este ámbito nos encargamos de la evaluación de los aspectos éticos y técnicos que están asociados a cualquier investigación. Hoy en día no hay ningún proyecto europeo de investigación que pueda salir adelante sin haber pasado previamente por el filtro de un comité de ética que se haya encargado de validar todos estos aspectos.

La otra parte es igualmente importante porque está dedicada a la resolución de los conflictos que se dan entre los investigadores debido a una discusión por la autoría de un hallazgo o una publicación, a la manipulación en la presentación de los datos, a fraudes, plagios… Los investigadores no somos distintos a cualquier otro colectivo. No somos diferentes a los taxistas, los ferreteros, los periodistas o los políticos. Hay de todo entre los investigadores, y nosotros somos el garante que define el marco de trabajo en el cual podemos operar, y si alguna persona se lo salta tenemos que identificarla, investigar su caso, proponer una solución al conflicto y trasladarlo a la presidencia para que se ocupe de activar las medidas oportunas. Nosotros no tenemos capacidad ejecutiva.

¿Está remunerado el trabajo que lleváis a cabo las personas que formáis parte del Comité de Ética o es una labor altruista?

Todos somos investigadores de la institución, aunque también hay algún investigador que no pertenece al CSIC. El comité lo formamos doce personas, seis investigadores y seis investigadoras, y es completamente independiente del resto de la institución. Todos tenemos nuestro salario como investigadores, por lo que no cobramos nada por la ejecución de estos trabajos. Lo que sí intentaremos es remunerar mínimamente la ayuda de los evaluadores externos que nos dan su opinión acerca de un determinado proyecto. Utilizar la experiencia de otras personas para un peritaje o una evaluación ética debe estar cuando menos mínimamente remunerado.

En todo caso ¿es difícil compatibilizar vuestro trabajo como investigadores con el tiempo que requiere la evaluación de los proyectos?

La responsabilidad con la que ahora estoy empezando va encima de todo lo demás, y los días siguen teniendo veinticuatro horas. Además de investigar en el CSIC soy investigador del CIBER (Centro de Investigación Biomédica en Red) de enfermedades raras, y también participo en la gestión de diferentes sociedades científicas. Y, por supuesto, me tengo que ocupar de mi laboratorio y de los servicios que coordino.

«Los investigadores no somos distintos a cualquier otro colectivo. No somos diferentes a los taxistas, los ferreteros, los periodistas o los políticos. Hay de todo, y nosotros somos el garante que define el marco de trabajo en el cual podemos operar»

Estas responsabilidades ante todo me obligan a planificarme, aunque también te tengo que decir que en el Comité de Ética del CSIC contamos con el apoyo de todo un equipo de gestión que es extraordinariamente profesional. Además de las doce personas que formamos parte del comité hay cinco personas adicionales que conforman el Departamento de Ética, entre los cuales hay biólogos y juristas que se encargan del día a día de la gestión de todos los conflictos y proyectos. Son un apoyo fundamental.

Parece razonable aceptar que es inevitable que en la comunidad científica aparezcan algunos individuos capaces de llevar a cabo mala praxis. ¿Tienes alguna cifra que ilustre la incidencia de estas prácticas en España?

Hablamos de integridad científica. De cumplir un código de buenas prácticas que tenemos en el CSIC desde el año 2010 (actualmente estamos evaluando una nueva versión), y que es similar al código deontológico que tiene cualquier otra profesión. Tenemos muy bien tipificado qué debemos hacer y qué no debemos hacer. Se han hecho metaanálisis y un número que suele repetirse es alrededor de un 2%. Según como lo mires es un número muy importante. Esto quiere decir que en un centro de investigación en el que hay quinientos investigadores podría haber diez personas que estuvieran incumpliendo estos códigos. No sé si hay diez personas, pero lo que sí sé es que no hay cero personas. Es algo que no podemos evitar.

Tenemos un código penal, y no podemos pensar que como existe no hay delitos. Estaríamos faltando a la verdad porque claro que hay delitos. Lo que hay es un código que se aplica para que quien se salte la legislación o el código de buenas prácticas se vea expuesto manteniendo, eso sí, todas sus garantías. Mis predecesores en el cargo profesionalizaron la gestión de los conflictos, de manera que se mantiene la confidencialidad del denunciante de un determinado problema, y nosotros concedemos las garantías a las personas involucradas para que todas tengan la oportunidad de explicarse y presentar sus argumentos. Luego analizamos internamente qué es lo que ha podido suceder, planteamos una posible resolución del conflicto y lo elevamos a presidencia para que actúe en consecuencia.

Lluís Montoliu ejerce su actividad investigadora en el Centro Nacional de Biotecnología del CSIC, en Madrid.

¿Qué lleva a un científico a alejarse del camino que debería seguir y a cometer mala praxis?

Se ha reflexionado mucho sobre este tema. Creo que estamos en una sociedad muy competitiva, y la competitividad también nos afecta a los investigadores. Además, el afán de reconocimiento, el afán de adquirir prestigio, el afán de encontrar atajos que me permitan saltar y llegar antes que otros al éxito son tentaciones en las que algunas personas pueden caer fácilmente. Creo que se explica bien por los posibles beneficios. Un proyecto de investigación bien financiado aquí en España por tres años puede aspirar en el mejor de los casos a recibir 200.000 euros, que es una cantidad razonable.

«El afán de reconocimiento, el afán de adquirir prestigio, el afán de encontrar atajos que me permitan saltar y llegar antes que otros al éxito son tentaciones en las que algunas personas pueden caer fácilmente»

En cambio, si quieres aspirar a la mejor financiación a la que se puede tener acceso en Europa, que es la del Consejo Europeo de Ciencia, puedes obtener para ese mismo plazo de tres años hasta dos millones de euros. El nivel de excelencia que debes tener en tu investigación implica que no todo el mundo puede participar en estos proyectos. Se ha dado el caso en nuestra institución de investigadores que han cometido fraude y manipulación en algunas de sus publicaciones para acceder a revistas de alto prestigio, elaborando artículos que finalmente se han tenido que retirar. Pero gracias a tener esos artículos habían podido acceder a esta financiación suprema, que, por cierto, cuando todo se descubre se cancela. A un científico le cuesta mucho conseguir credibilidad, pero se pierde muy rápidamente.

El principio bioético de justicia siempre debe protegerse

En el contexto del que estamos hablando el fin en ningún caso justifica los medios, ¿verdad?

En absoluto. Yo suelo repetir hasta la saciedad eso de «investígame despacio que tengo prisa». Tenemos muchas prisas y creo que estamos simplificando y acelerando muchos pasos demasiado. Hay que recordar que el desarrollo de una vacuna normal, cuando no hay una pandemia, requiere muchos años. Solo el estudio a largo plazo de los efectos de una vacuna son varios años. Estamos hablando de que el virus que nos afecta ahora lo descubrimos en enero, y estamos comenzando el mes de agosto y tenemos ya varias vacunas en marcha. Esperemos que sean eficaces, pero ante todo lo que tenemos que esperar es que sean seguras.

«No vamos a tener vacunas para todos desde el primer momento, por lo que deberán recibirla primero las personas que más la necesitan»

Hay cuatro principios de la bioética que hay que recordar y que son de sentido común. Son muy sencillos, pero precisamente en su sencillez reside su fortaleza. El primero de ellos es no hacer el mal; la no maleficencia. El segundo es la beneficencia, que lo que hagamos tenga un beneficio para la sociedad. El tercero es el principio de autonomía personal, que requiere la participación de la persona sobre la cual estamos investigando. Esa persona tiene que entender qué voy a hacer, y me tiene que dar su consentimiento informado. Y el cuarto es el principio de justicia, que no es utópico; lo que vayamos a hacer, si es beneficioso para los seres humanos, lo tiene que ser para todos los seres humanos.

No tiene caso que una vacuna que estemos desarrollando solamente esté disponible para una fracción de la población. Somos siete mil millones de personas sobre la Tierra, y el problema que vamos a tener después de saber que tenemos una o varias vacunas disponibles es ver cómo generamos viales suficientes para vacunar a toda la población. Porque esto es de lo que estamos hablando, y dado que no vamos a tener siete mil millones de viales desde el primer momento, suponiendo que solo sea necesaria una dosis por persona, el desafío logístico que tenemos por delante es muy importante. Esto significa que será necesario atender a unas prioridades, de manera que reciban primero la vacuna las personas que más la necesitan.

En la conferencia mundial dedicada a la integridad en la investigación que se celebró en Hong Kong el año pasado se acordó recompensar a los investigadores que ejercen una actividad responsable e intachable desde un punto de vista ético. ¿Se están incentivando las buenas prácticas científicas de una manera tangible que vaya más allá de una ética que puede ser contemplada por algunos individuos como algo etéreo?

Es un documento con el cual yo estoy de acuerdo. De la misma manera que recompensamos la excelencia científica debemos recompensar también la buena praxis. No todos los investigadores funcionamos igual. Me gustaría poder decir lo contrario, pero no sería cierto. Creo que es importante que no penalicemos a las personas que dedican una parte extra de su tiempo no solo a hacer su trabajo, sino a hacer su trabajo bien. Y hacerlo bien implica no saltarte ningún paso. Implica no tomar ningún atajo. Implica esperar a tener todos los permisos que sean preceptivos antes de iniciar una investigación.

La existencia del Comité de Ética del CSIC refleja que no se debe dejar en manos de la buena fe de los investigadores el ejercicio de su actividad científica. Lo que nos estás explicando demuestra que este comité es la herramienta de autorregulación que tiene el CSIC, pero ¿qué sucede con otras instituciones científicas? ¿Existe algún mecanismo eficaz de vigilancia proactiva que actúe allí donde no existe un comité como el del CSIC?

Quiero pensar que todas las instituciones se han dotado del correspondiente Comité de Ética. De hecho, somos miembros desde hace años de la RCE, la Red de Comités de Ética de las universidades y organismos públicos de investigación donde están representadas prácticamente todas las universidades públicas y privadas. Nos reunimos regularmente y compartimos los procedimientos. Lo que puede ser una herramienta o una estrategia de evaluación valiosa para una institución se comparte, y las otras instituciones se desarrollan. Pero claro, el grado de desarrollo de los diferentes comités de ética de las universidades no es el mismo.

«Quiero pensar, por lo que he oído en las reuniones de la RCE, que tenemos un buen nivel en la evaluación ética y que muchas universidades han hecho un enorme esfuerzo para ser punteras en este ámbito»

El del CSIC comenzó hace muchos años, y lo hizo de una forma modesta, con una persona y la asistencia de dos o tres evaluadores, cuando ahora somos doce las personas que conformamos el comité, más cinco del Departamento de Ética y decenas de evaluadores externos a los que recurrimos, y que son indispensables. Probablemente estamos hablando de casi un centenar de personas en nuestra institución que se ocupan del aspecto de la ética. Quizá esto no sea así en todas las instituciones, pero quiero pensar, por lo que he oído en las reuniones de la RCE, que tenemos un buen nivel en la evaluación ética y que muchas universidades han hecho un enorme esfuerzo para ser punteras en este ámbito.

CRISPR es una herramienta de edición genética muy poderosa, pero hay una frontera ética que, según Lluís Montoliu, no debemos rebasar.

¿Cuáles son los principales retos que tiene el Comité de Ética por delante? ¿Tenéis las herramientas que necesitáis para implementar vuestro proyecto?

Nuestro principal reto es tener la capacidad suficiente de gestionar todos los proyectos que nos llegan. Creo que hay que pedirle a la gente un compromiso y una prestación generosa de sus funciones, pero hay que acomodar el esfuerzo a lo que sea razonable. Por esta razón una de las primeras medidas que he tomado ha sido aumentar el plantel de evaluadores externos para reducir la carga de evaluación de cada uno de los evaluadores. Y lo segundo que vamos a plantear es intentar que se pueda reembolsar mínimamente la participación en estas evaluaciones.

Aparte de todo esto, en un año se pueden llegar a evaluar entre cien y doscientos proyectos con aspectos éticos. Durante los primeros seis meses del año en curso hemos evaluado una enorme cantidad debido a que se ha incrementado drásticamente el número de proyectos que se han presentado, y son proyectos de biomedicina que, por tanto, utilizan animales y agentes de riesgo. El coronavirus es un agente de seguridad de tercer nivel. Son proyectos que usan seres humanos. Son proyectos todos ellos que tienen que ser evaluados, por lo que estamos en tensión y apretando las costuras del Comité de Ética. Si acaso uno de los retos que tenemos que hacer es dotarnos de herramientas que nos permitan hacer todo esto más fácil.

CRISPR es una herramienta muy valiosa para diagnosticar y combatir el coronavirus

Como experto conocedor de la herramienta de edición genética CRISPR (Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats), ¿puedes explicarnos en qué consiste y cuáles son las aplicaciones en las que ya se está utilizando?

La herramienta CRISPR es extraordinariamente versátil. La hemos conocido como un sistema de defensa que utilizan las bacterias para defenderse de los virus. La descubrió Francis Mojica, microbiólogo de la Universidad de Alicante, hace veintisiete años, en 1993, y veinte años después se ha convertido en una herramienta de edición genética. Nos permite cortar ADN. Nos permite generar, modificar y editar cualquier secuencia de cualquier organismo. A medida que ha ido pasando el tiempo hemos conocido muchas variantes CRISPR de diferentes bacterias, y hemos descubierto variantes que no solo cortan ADN, sino que cortan ARN.

«Vamos a dirigir estas herramientas CRISPR contra las células que están infectadas, de manera que corten su material genético para que ese virus no se pueda replicar»

El ARN es precisamente el material genético de este coronavirus, con lo cual blanco y en botella. Si tienes una herramienta que es capaz de cortar el ARN de forma específica y este coronavirus tiene ARN en su núcleo lo que vamos a hacer es dirigir estas herramientas CRISPR específicas contra las células que están infectadas por el virus, de manera que corten su material genético para que ese virus no se pueda replicar. Es un tratamiento muy agresivo y muy directo. Para ello lo que vamos a hacer nosotros es ir validándolo paso a paso con diferentes virus antes de llegar al virus SARS-CoV-2. Esta es una de las aplicaciones de CRISPR, pero hay más.

Otra muy interesante es el diagnóstico. Las CRISPR también pueden usarse en diagnóstico, de hecho hay algunas variantes que tienen una actividad colateral aparentemente inespecífica que se puede reconvertir en una herramienta de diagnóstico con una sensibilidad muy parecida a la que tiene ahora el método de referencia, que es la PCR. No debemos olvidar que la PCR es una tecnología que llevamos utilizando más de cuarenta años. Es una tecnología antigua que sigue siendo muy adecuada y que es muy sensible, pero que requiere aparatos muy sofisticados, como termocicladores. Si lo que quieres es procesar muchas muestras en una unidad de tiempo necesitas brazos robóticos que vayan procesando todas estas muestras, con lo cual la obtención de resultados mediante PCR no es todo lo inmediata que uno quisiera.

Las CRISPR pueden aportar un sistema de diagnóstico que es mucho más rápido. En lugar de las dos o tres horas que nos ofrece el mejor de los sistemas PCR en cuarenta o cincuenta minutos las CRISPR pueden tener el resultado. Además, no necesitan ningún equipo sofisticado, y puede ser un procedimiento tan sencillo como un test de cromatografía líquida, que, para entendernos, es un test Predictor como el que se utiliza en los embarazos. De esta manera solo tenemos que ungir una tira de química seca en un tubito que vendrá con la muestra del paciente, que previamente se habrá amplificado con la herramienta CRISPR. Si se tiene el virus aparece una banda de color marrón. Más fácil imposible.

Lo que nos explicas demuestra que CRISPR ha revolucionado la biomedicina y la biotecnología, pero esta innovación ya se ha utilizado de una forma reprochable. Como sabes, en 2018 el investigador chino He Jiankui alteró utilizando esta técnica el genoma de tres bebés. Fue condenado a tres años de cárcel, pero quizá deberían existir herramientas de control capaces de impedir que algo así pueda repetirse. ¿Cuál crees que es la forma más eficaz de combatir estas prácticas?

Yo creo que cualquier revolución tecnológica exige una adecuación de las legislaciones. No podemos pedir al legislador que legisle sobre lo que no conoce. Es lógico que a medida que vayamos avanzando en nuestra capacidad de hacer cosas nuevas tengamos que adecuar nuestro código penal. Nosotros estábamos bien preparados porque el código penal español tiene una serie de artículos que nos impiden y prohíben expresamente la modificación genética de la descendencia. Si yo hubiera querido hacer el experimento que hizo He Jiankui habría acabado en Soto del Real.

«La incertidumbre que va pareja a los desarrollos CRISPR yo la sé manejar con mis animales de experimentación, pero no la puedo trasladar a pacientes»

China no tenía una legislación equiparable a la nuestra. Tenía recomendaciones de que esto no debía hacerse. En realidad a He Jiankui se le condenó por actuar como médico sin serlo porque es biofísico y dio a entender a las parejas a las que asesoraba que lo que les proponía era un procedimiento de reproducción asistida. Les dio a entender que él era médico y que era capaz de generar bebés que no eran infectables por el virus del SIDA. Evidentemente no lo consiguió, y por el camino engañó a muchas personas, como los ginecólogos que participaron involuntariamente en el experimento.

Esta es la razón por la que él y sus colaboradores fueron condenados a tres cosas: una pena de cárcel, una pena de dinero, y la que yo creo que es la más importante, a una inhabilitación de por vida. Es muy triste que sucediese esto. Es un experimento irresponsable que nunca debería haberse realizado, pero una vez que se ha hecho es como cuando sale la pasta de dientes del tubo: una vez que está fuera ya no la puedes volver a meter. La única parte positiva de este desgraciado experimento es que nos ha hecho hablar de esto porque ya lo tenemos encima de la mesa y tenemos que evitar que vuelva a ocurrir mientras no seamos capaces de controlar esta tecnología.

La incertidumbre que va pareja a los desarrollos CRISPR yo la sé manejar con mis animales de experimentación, pero no la puedo trasladar a pacientes. Él trasladó este riesgo inaceptable a estas niñas, que actualmente están acogidas por el sistema de salud chino. No sabemos quiénes son, y tampoco sabemos dónde están porque hay un halo de privacidad que las protege, pero lo que nos dice el gobierno chino es que las va a supervisar médicamente el resto de sus vidas porque de la misma manera en que yo cuando realizo los experimentos con ratones me gustaría que me salieran todos, probablemente la mutación que yo quiero aparece en uno de cada veinte ratones. Esto no se puede trasladar a los pacientes.

El investigador chino He Jiankui ha sido condenado a tres años de prisión e inhabilitado de por vida por utilizar CRISPR para alterar el ADN de tres bebés.

CRISPR ha demostrado ser una herramienta muy valiosa, pero el caso de He Jiankui y la mala prensa que han recibido los alimentos transgénicos han provocado que esta tecnología sea percibida por una parte de la opinión pública como algo peligroso. ¿Estáis los científicos explicando lo suficientemente bien sus aplicaciones y sus profundas implicaciones éticas? ¿Tenéis las herramientas necesarias para haceros oír?

Seguramente no lo estamos haciendo bien porque todavía tenemos esta percepción en la sociedad. Antes de quejarme de otros me autocritico como miembro de la comunidad científica. Estoy convencido de que estamos haciendo un gran esfuerzo, pero igual no es suficiente y tenemos que hacerlo mejor. En julio de 2018 una sentencia del Alto Tribunal de la Unión Europea concluyó que los organismos editados tienen el mismo riesgo que los organismos transgénicos, y, por tanto, están bajo la tutela de la directiva 2001/18.

Ha sido un varapalo para todas las empresas biotecnológicas, que pensaban aplicar los beneficios de CRISPR en los productos vegetales, e, incluso, en los productos animales. Europa se ha quedado sola en este bloqueo, mientras que la mayor parte del mundo, como Estados Unidos, Sudamérica, China, Australia o Japón, no está por la labor. Precisamente la modificación genética que lleva a cabo CRISPR, con todas las salvedades y la incertidumbre de las que acabamos de hablar, permite trabajar con una precisión que antes no conocíamos.

«Si no lo hacemos aquí lo van a hacer otros países y nosotros vamos a acabar pagando por tecnologías que curiosamente han empezado aquí, en Europa, pero de las cuales no nos hemos beneficiado»

Una vez que te has quitado de encima todo lo que no necesitabas tienes esa planta que tiene esa modificación genética limpia que le permite crecer en unas condiciones de secano. O, como se ha hecho en Córdoba, aquí en España, por Francisco Barro, un trigo con un menor nivel de gluten que puede ser consumido por personas con celiaquías. O generar unos animales que tengan un mejor aprovechamiento del forraje y de las harinas que se les dan para convertirlo en carne o leche… Hay toda una serie de modificaciones biotecnológicas a las cuales Europa con esta sentencia ha puesto un bloqueo.

Vivimos en un mundo global, y estas empresas se van a deslocalizar. Van a producir en otros lugares. Europa va a bloquear la producción, pero va a comprar esos granos, esa carne y esa leche en otros países. Este continente se ha escudado durante muchos años en un malentendido principio de precaución: si algo no sabes si puede ir mal, mejor no hacemos nada y seguro que así no nos equivocamos. Esto puede tener su razón de ser cuando nace una tecnología, pero hoy en día, con miles de informes en los cuales no se ha detectado ningún problema ni para el medioambiente, ni para las plantas, ni para las personas; con centenares de millones de euros gastados en tests, creo que es hora de pasar página.

Si no lo hacemos aquí lo van a hacer otros países y nosotros vamos a acabar pagando por tecnologías que curiosamente han empezado aquí, en Europa, pero de las cuales no nos hemos beneficiado. Creo que es labor nuestra explicar los beneficios de la técnica, así como las incertidumbres y los peligros cuando existen, pero cuando sabemos que estamos ante una tecnología segura lo que tenemos que hacer es decirlo. Y, sobre todo, contrastar contra aquellos grupos que siguen proclamando sin evidencias ni datos científicos que son un problema, porque no lo son.

La frontera ética de CRISPR

Como experto en la investigación de enfermedades raras con base genética recurres a ratones «avatar» para estudiar en ellos los efectos y la seguridad de posibles terapias y medicinas. ¿Cuál es el límite ético que debemos respetar en la experimentación con animales?

«El límite es realizar experimentos que no se pueden llevar a cabo de ninguna otra manera. Los animales siguen siendo necesarios»

El límite es realizar experimentos que no se pueden llevar a cabo de ninguna otra manera. Los animales siguen siendo necesarios. Estamos pidiendo vacunas y tratamientos, pero la no toxicidad de estos desarrollos hay que validarla en animales porque cometeríamos una imprudencia terrible si no lo hiciésemos así. Se han cometido errores muy graves en el pasado cuando hemos tomado algún atajo y nos hemos olvidado de esto. Por eso es tan importante, incluso en estos momentos en los que estamos pidiendo vacunas y tratamientos, que pasen por experimentos preclínicos.

¿Todo lo que un investigador plantea para experimentar con animales hay que aprobarlo? No. Solamente aquello que esté justificado. Solamente aquello que esté de acuerdo con el cumplimiento de la ley que protege a los animales en su uso e investigación, y aquello que esté de acuerdo con las recomendaciones que pretenden mantener el bienestar animal. Los investigadores somos los primeros que dejaremos de utilizar animales cuando esto sea posible. Cuando vamos al dentista para extraernos una pieza dental y le pedimos que nos administre anestesia, ese fármaco antes de inyectárnoslo a nosotros ha sido evaluado en modelos animales para confirmar su no toxicidad.

El microbiólogo de la Universidad de Alicante Francis Mojica descubrió y afianzó los fundamentos que han hecho posible la tecnología CRISPR.

¿Cuál es la frontera ética a la que debemos estar sujetos cuando afrontamos la edición genómica mediante CRISPR?

Para mí la frontera ética son las aplicaciones que pretenden solucionar un problema, las aplicaciones terapéuticas, separándolas de las que permiten añadir una capacidad adicional a una persona. Esto último sería un enriquecimiento o un embellecimiento, que son eufemismos de la eugenesia, que consiste en seleccionar características. Yo creo que lo primero está justificado. De momento lo que está autorizado en muchos países, incluido el nuestro, es la modificación genética somática, de manera que tú, como persona adulta, si tienes un problema que puede ser tratado con terapia génica se te puede tratar a ti. Pero, al menos en España, yo no puedo tratar a un embrión humano porque voy a modificar su material genético, y esto va a afectar a la descendencia. No lo puedo hacer porque todavía no lo controlo, a pesar de que mi objetivo también sea terapéutico. No descarto que esto en algún momento sea posible cuando sepamos más.

«La pleiotropía nos indica que un gen sirve para muchas funciones, por lo que esa ingenuidad que tienen desde el transhumanismo más extremo cuando dicen ‘si yo elimino este gen voy a dejar de sentir dolor’ es un error»

Lo que creo que es una obscenidad es destinar los recursos limitados que tenemos a desarrollar capacidades adicionales. A crear superhombres, supermujeres, personas más altas, más esbeltas, con mejor visión o más inteligentes, si supiésemos cuáles son los genes que están detrás de la inteligencia, que no lo sabemos. La pleiotropía nos indica que un gen sirve para muchas funciones, por lo que esa ingenuidad que tienen desde el transhumanismo más extremo cuando dicen ‘si yo elimino este gen voy a dejar de sentir dolor’ es un error. En realidad, además de lo que tú crees, van a pasar un montón de cosas, de las cuales de la mitad no sabemos ni la mitad. No sabemos nada. Tenemos que ser muy cautelosos. La aplicación de las técnicas de edición genética con objetivos no terapéuticos creo que en estos momentos es el límite ético de la edición genética.

Me gustaría concluir nuestra conversación proponiéndote un ejercicio de previsión. Sé que mantienes una relación de amistad con Francis Mojica, el microbiólogo de la Universidad de Alicante que descubrió y afianzó los fundamentos que han hecho posible CRISPR. ¿Obtendrá finalmente el Premio Nobel que sin duda merece?

Yo creo que Francis es un ejemplo de lo que puede conseguir la ciencia no finalista. Es un ejemplo paradigmático de lo que es la ciencia por la curiosidad. Por intentar entender el mundo que nos rodea sin ningún otro objetivo. Él se preguntó cómo demonios unos microorganismos de las salinas de Santa Pola eran capaces de vivir en esas condiciones que son tan extremas para el resto de organismos, y fue el primero en percatarse de que las bacterias habían desarrollado durante los miles de millones de años que llevan sobre la Tierra, muchos más que nosotros, un sistema para defenderse de los virus.

Francis nunca pensó que esto podría tener una aplicación, pero esa es la belleza de su descubrimiento. Puso las bases para que otras personas años después pudieran aprovechar sus hallazgos y desarrollaran unas aplicaciones que él nunca imaginó. El papel de Francis en premios de esta categoría, desde mi punto de vista, aunque puedo no ser objetivo, está garantizado en el sentido de que creo que si lo que vamos a premiar es cómo llegamos a poder utilizar estas CRISPR, nos tenemos que ir al origen. Esta tecnología no habría sido posible sin el trabajo de Francis, que puso en el camino a todos los demás. En cualquier caso, como yo le digo siempre, si no se lo dan el hecho de haber sonado como nominado me parece un reconocimiento excelente.

Imágenes | Alfonso Mora | The He Lab | Thomas Splettstoesser | Manuel Castells

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