En todo el mundo, según la Agencia Internacional de la Energía, la energía solar fotovoltaica no representa más de un uno por ciento del suministro y, aún así, no cabe duda de que es una tendencia imparable. Desde 2016, es la fuente de energía con mayor crecimiento mundial.
Tanto es así que la fabricación de células fotovoltaicas ya consume el 40% de la producción del teluro del planeta, el 15% de la plata y gran parte del cuarzo. También consume una parte considerable de la producción de indio, zinc, galio y estaño. Y es una demanda que no parece que vaya a dejar de crecer.
Y, claro, a hombros de promesas de energía limpia, abundante y barata a veces se nos olvida hacernos algunas preguntas. La más evidente es... ¿A dónde van las células fotovoltaicas cuando mueren? Y, lo que es peor, ¿Qué vamos a hacer con ellas?
Cuando el futuro lejano está más cerca de lo que parece
Ya, ya. Todos somos conscientes de que estamos hablando de un problema allá en el horizonte. Al fin y al cabo, estos sistemas tienen una vida media de décadas y, precisamente por eso, puede parecer un problema que se proyecta en el futuro lejano. Sin embargo, a poco que hacemos cuentas, la pregunta por el futuro de las células se vuelve más pertinente que nunca.
Según calculaban Dustin Mulvaney y Morgan D. Bazilian hoy por hoy todos los desechos electrónicos (móviles, portátiles, etc...) constituyen unos 45 millones de toneladas métricas al año, pero, en 2050, solo los desechos de las células solares serán el doble de esa cantidad. Es decir, el problema estará encima de la mesa antes de lo que sospechamos.
El problema es que, pese a que hay intentos de diseñar células reciclables, la inmensa mayoría de la industria está en otra carrera. En la de hacer crecer la fotovoltaica instalada sin pensar en este tipo de problemas. Por su lado, los gobiernos tampoco tienen en mente endurecer las regulaciones (centras como están en hacer reducir las emisiones cuanto antes).
Esto, que parece razonable por el contexto energético actual, es precisamente lo que nos hace sospechar que tendremos un problema aún mayor en el futuro. Y también lo que garantiza que con el "fin de los materiales baratos", la minería urbana tendrá la responsabilidad de sostener una buena parte del mundo tecnológico. Es decir, como explican Dustin Mulvaney y Morgan D. Bazilian, lo que estamos perdiendo es un tiempo precioso que podíamos invertir en no generar problemas que aún no sabemos resolver.
Imagen | Zbynek Burival, Science In Hd
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