Alemania era el paraíso de le energía eólica hasta que los alemanes empezaron a odian los molinos de viento

Willem Van Der Houven

Alemania con sus 30.000 turbinas de viento era el paraíso de la energía eólica. Salvo China y Estados Unidos, dos países mucho más grandes en territorio y población, no hay ningún otro país en el mundo con tantos molinos. De hecho, el 23,5% de toda su energía provine del viento: es la energía renovable más importante del país.

Y, sin embargo, en la primera mitad de 2019, solo se han instalado 35 molinos. Eso es un 82% menos que en la primera mitad de 2018 (cuando se instalaron menos de la mitad de turbinas que en 2017). ¿Por qué? Porque los alemanes están empezando a odiar a los molinos de viento.

Y no, no es una exageración. Estos días, las elecciones estatales de Turingia se saldaron con una caída de los verdes (que se encuentran en crecimiento de todo el país) y un importante crecimiento de la derechista AfD. Lo curioso es que numerosos analistas coinciden que uno de los temas de campaña que han influido decisivamente, ha sido, precisamente, la dichosa energía eólica que unos apoyaban y otros no.

La crisis pública de la energía eólica

Rawfilm

Una buena muestra de este clima desfavorable, como explican en DW, es que en los últimos años el sector se encuentra estancado, sobre todo, por las regulaciones locales o regionales. En Baviera, sin ir más lejos, se exige "la distancia entre una turbina eólica y la vivienda más cercana debe ser 10 veces la altura del mástil". Algo que, por la estructura demográfica del estado ha hace prácticamente imposible.

Otro ejemplo es la ley que obliga a pagar 10.000 euros por turbina a la comunidad más cerca por cada turbina de viento instalada. Pero cuando, pese a todo, los proyectos de parques eólicos siguen adelante, lo habitual es que se tengan que preparar para una larguísima batalla judicial con los locales. Ahora mismo, se estima que más de un gigavatio de potencia instalada se encuentra envuelta en procesos legales.

En general, como sostiene Bloomberg, los argumentos son ecológicos (comprometen el futuro de especies de aves o generan contaminación acústica que afecta a otras especies) o estéticas (porque afea los paisajes). De hecho, hay una palabra alemana, Verspargelung, que resume el asunto a la perfección: contaminación con espárragos gigantes.

Eso explica bien por qué los alemanes están empezando a odiar a la energía eólica: años de instalaciones gigantescas poco cuidadosas con el medio y los habitantes locales han conseguido convertir a una de las poblaciones más pro-renovables de Europa en el caldo de cultivo idóneo de posiciones antieólicas.

Así las cosas, se puede decir sin miedo a equivocarnos que la energía eólica no está pasando por su mejor momento en Alemania. Todo este estado de opinión, se junta con la eliminación de subsidios que tenía prevista el gobierno federal y, previsiblemente, eso llevará a una pequeña crisis en un sector que ocupa a más de 60.000 personas.

Queda por saber qué hará el Gobierno de Alemania que, como hemos contado en otras ocasiones, se encuentra en un momento clave para dejar atrás su dependencia al carbón. Estaremos atentos porque el futuro de Alemania siempre tiene mucho que ver con el futuro de toda Europa.

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