La obsolescencia programada es una de las grandes condenas de nuestro tiempo. Las máquinas con las que convivimos están mal hechas. Bueno, exagero: están bien hechas, pero parecen estar diseñadas para hacer lo que tienen que hacer durante un periodo específico de tiempo. Tienen fecha de caducidad cuando no deberían tenerla.
Los usuarios finales convivimos con esa pesada carga, y lo hacemos con una mezcla de hastío y expectación. Reparar un producto para alargar su vida es cada vez más complejo, pero eso también nos da la excusa perfecta para acudir a eso que es más nuevo y que promete siempre ser mejor. Esa lucha contra la obsolescencia programada parece imposible de ganar, pero hay quien está luchando contra ella ferozmente.
La Unión Europea planta cara a la obsolescencia programada
Esta semana conocíamos una nueva propuesta del Parlamento Europeo según la cual los Estados Miembros deberán tomar medidas para garantizar que los consumidores puedan "disfrutar de productos duraderos y de alta calidad que puedan ser actualizados y reparados".
Según una encuesta del eurobarómetro realizada en 2014, el 77% de los consumidores en la Unión Europea preferirían reparar sus productos a tener que comprar unos nuevos. El problema, claro, es que el coste y la calidad y respuesta de los servicios post-venta suele echar atrás a los que se plantean esa opción.
Entre las recomendaciones de la propuesta están aquellas que indican que los "componentes esenciales, como las baterías o los LED no deberían estar fijadas a los productos salvo por razones de seguridad", o las que revelan que se deberían introducir "medidas disuasorias" para los fabricantes en esa obsolescencia predefinida en esos productos.
El objetivo, en resumen, es tratar de fortalecer una cultura en la que los fabricantes produzcan productos que además de ser más duraderos puedan ser reparados con muchas menos trabas que las que impone la situación actual.
En 2015 la Asamblea Francesa de hecho estableció una multa de 300.000 euros, el 5% de sus ingresos anuales y hasta dos años de cárcel para los fabricantes que ofrecieran productos con claros visos de apoyar esa obsolescencia programada. Estas técnicas, declaraba esa regulación, incluyen "la introducción deliberada de un defecto, una debilidad, una parada programada, una limitación técnica, una incompatibilidad u otros obstáculos a la reparación".
Se baraja incluso de la creación de unas etiquetas que certifiquen la durabilidad y las garantías de ampliación, actualización o reparabilidad del producto, además de procesos que permitan informar a los consumidores de si ese producto que se compran aguantarán bien el paso del tiempo o no. Algo así como las certificaciones de eficiencia energética que vemos en diversos electrodomésticos, pero aplicados a este ámbito. La idea es genial, y podría desde luego mejorar la situación actual.
Estados Unidos quiere hacerle la vida más difícil a los consumidores
Mientras a este lado del charco nuestros gobernantes parecen estar más del lado de los consumidores en este apartado, en Estados Unidos hace tiempo que estamos hablando de un discurso totalmente diferente: los productos que compras no son tuyos, porque no puedes intentar repararlos.
Esa filosofía se ha hecho tristemente famosa con el caso de los tractores de John Deere, pero que se extiende a los grandes fabricantes de móviles y portátiles. Sony, Microsoft y Apple llevan tiempo tratando de impulsar una legislación que haga que solo sus servicios autorizados puedan (intentar) reparar dispositivos con un mal funcionamiento.
Esa actitud de padre sobreprotector de empresas como Apple puede ser vista como la adecuada por aquellos que no tienen ganas de tocar sus dispositivos, pero es que la situación está empezando a ser ridícula en sus productos, cada vez más difíciles de reparar.
Otros fabricantes parecen haberse dado cuenta de lo mucho que esos servicios técnicos autorizados pueden aportar a sus arcas y están yendo aún más lejos. Es el caso del Surface Laptop de Microsoft que analizamos hace poco, y que en iFixit destriparon para encontrarse con una sorpresa de lo más desagradable: si tratas de meter mano al equipo para repararlo, te lo cargarás.
La situación se extiende a otros muchos ámbitos que van más allá de la electrónica, pero todo este debate ha hecho que en los últimos meses algunos estados en los Estados Unidos hayan presentado la legislación "Right to Repair" (Derecho a reparar) a la que oh, sorpresa, Apple se ha opuesto frontalmente.
Queremos tecnología que dure y que podamos toquetear
El debate sobre la obsolescencia programada no es en absoluto nuevo, pero en los últimos años esa actitud de la industria se ha vuelto sorprendentemente ( lamentablemente) normal. El documental "Comprar, tirar, comprar" coproducido por RTVE y emitido por primera vez en 2012 daba un fantástico repaso a esta realidad:
La sensación que tenemos muchos de los que tenemos ya cierta edad es precisamente la que reflejan esas imágenes: la de que nuestros padres jamás cambiaron de tele, de lavadora o de lavavajillas. Las bombillas duraban mucho más, las impresoras no nos engañaban con cartuchos y tóneres que no estaban vacíos y los teléfonos móviles no se volvían lentorros cuando los actualizábamos a la última versión del sistema operativo.
Y si lo hacían, nuestros padres podían acudir a servicios de reparación que normalmente solucionaban el problema. Hoy en día las herramientas y recursos informativos para toquetear nuestros dispositivos están por todas partes, pero es que los fabricantes cada vez nos lo ponen más difícil. No estoy diciendo que todos queramos trastear en nuestros aparatos. Lo que estoy diciendo es que los fabricantes nos den la opción de hacerlo bajo nuestra responsabilidad, algo que parece cada vez más raro de encontrar.
Y todo, claro, con el argumento de fomentar el consumo. Maldita obsolescencia programada.
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