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Te explicamos la novela que ocurrió en OpenAI y por qué debería interesarte

Desde el viernes 17, los ojos del mundo tech han estado puestos sobre OpenAI, una firma de investigación e implementación de IA de la que no sabíamos mucho hace unos años, pero que a finales de 2022 revolucionó al globo lanzando el chatbot impulsado por IA que conocemos como ChatGPT.

Y si bien nadie podría negar que el protagonista de esta historia de amor y desamor (y, eventualmente, otra vez amor) es Sam Altman, harías bien en aprenderte otro nombre: Ilya Sutskever.

Porque como OpenAI, como todo en la vida, esta historia tiene dos lados.

Dos empresas en una

Lo primero que hay que saber acerca de OpenAI -y la razón que explica que las cosas hayan podido ponerse tan mal tan rápido- es que se trata, sin que muchos lo sepan, de dos empresas con visiones diferentes trabajando bajo un mismo techo.

En 2015, cuando la compañía recién empezaba, su visión estaba claramente encaminada hacia un fin: el desarrollo de IA para el beneficio de la humanidad, no para el de unos accionistas. Su mismo nombre alude a la intención de crear tecnologías abiertas, de las que todos se puedan beneficiar.

Lamentablemente, por el camino, se hizo evidente que el desarrollo de tecnologías capaces de transformar al mundo iba a requerir de mucho capital, particularmente para satisfacer las descomunales necesidades de cómputo, y la mayoría de los inversionistas de riesgo no se ven atraídos por las organizaciones sin ánimo de lucro, sino a las que prometen ganancias.

Nació así, en 2019, una operación paralela que funcionaba para todos los efectos como un área de la compañía, pero que pronto emergió como el brazo fuerte, el brazo financiado, el brazo cool.

Para asegurarse de que OpenAI, en todo caso, se mantuviera fiel a sus principios abiertos y humanitarios, se decidió que la junta directiva gobernaría las acciones de toda la compañía. Es por eso que un grupo de ejecutivos jóvenes, sin demasiada experiencia, y guiados por una visión que en ocasiones rozaba lo dogmático, podía darle órdenes al responsable de comandar el ascenso de la empresa a la cima del paisaje de la IA generativa.

El hombre que echó a Sam Altman

Uno de esos científicos era Ilya Sutskever, el chief scientist de OpenAI, en quien recayó la tarea de despedir a Altman. De él se dice que es tremendamente inteligente y que enfoca los temas de la IA con un fervor casi religioso.

"Si no piensas en la Inteligencia Artificial General (AGI) cuando te despiertas y cuando te quedas dormido, no deberías estar en esta empresa", se cuenta que dijo a sus empleados en una reunión de todo el personal a fines del año pasado.

Aparentemente en la junta no cayeron bien las salidas públicas de Altman, su visión más comercial del futuro de la IA o su tour internacional recogiendo dinero para una empresa paralela de producción de procesadores, todo sin consultar, ni mucho menos pedir permiso a las directivas. Ante la idea de que su principal estrella ganara tanto poder que resultara ingobernable, la junta tomó la inexplicable decisión de cortar por lo sano.

El jueves por la noche,según Greg Brockman, expresidente de OpenAI y expresidente de la junta, Sutskever le envió un mensaje de texto a Altman pidiéndole reunirse al día siguiente por Google Meet.

Sí, al CEO de OpenAi lo echaron por videollamada.

Cuando Altman se conectó a la hora pactada, se halló con que en la llamada estaba toda la junta y se enteró de que iban a despedirlo. Comprensiblemente, se sintió emboscado, dijo después.

Control de daños

Cualquiera que haya sido la explicación en privado, la que se dio en público era tan críptica, que de inmediato dio origen a toda clase de especulaciones: ¿Un caso de malversación de fondos? ¿un escándalo sexual? ¿el desarrollo de AGI? Todo estaba sobre la mesa y nada se sabía a ciencia cierta.

Excepto el hecho de que Altman pasaba a ser un agente libre. Uno solo puede imaginar la sorpresa de Satya Nadella, CEO de Microsoft, al descubrir que la empresa en la que ha comprometido una inversión de hasta 10.000 millones de dólares despidió sin avisarle al principal gestor de sus desarrollos y a su cara más pública.

Microsoft entró en modo control de daños y el propio Nadella comunicó la ‘vinculación’ de Altman para liderar, dijo, un equipo de avanzada al seno de Microsoft. Brockman, que renunció en protesta por la decisión de la firma se iría también, se indicó, a trabajar a la firma de Redmond.

Lo que siguió fue una revolución como no habíamos visto en el mundo tech: en una carta abierta, casi 600 de los cerca de 700 empleados de OpenAI amenazaron con renunciar y trasladarse a la nueva unidad de investigación de inteligencia artificial de Microsoft que Altman y Brockman iban a construir. Por un momento, pareció que Microsoft iba a quedarse, para todos los efectos, con la empresa más reconocida del paisaje actual de la IA, sin pagar un centavo.

Sutskever, que terminó siendo el rostro público de la decisión de despedir a Altman, declaró públicamente que nunca pretendió dañar a OpenAI y dijo: "lamento profundamente mi participación en las acciones de la junta".

Las horas más tensas del año para OpenAI parecieron terminar en la madrugada del miércoles, cuando Altman anunció que regresaría a dirigir la empresa, que dará forma a una nueva junta y seguirá contando con el respaldo de Microsoft.

El expresidente Greg Brockman, que como mencionábamos renunció en protesta por el despido de Altman, también regresará a OpenAI.

La compañía dijo en un comunicado que tiene un "acuerdo en principio" para que Altman regrese... con una nueva junta compuesta por Bret Taylor, Larry Summers y Adam D'Angelo. Este último es el único miembro de directiva anterior que permanecerá en esta nueva junta, según se indicó, para darle “algo de representación” a la visión que dio origen a la empresa.

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