El Senado de los Estados Unidos emitió una propuesta la semana pasada según la cual utilizar software de empresas rusas en agencias gubernamentales debería estar prohibido salvo en un caso: el que esas empresas cedan su código fuente.
Los ciberataques que se están produciendo en los últimos meses han desatado una especie de histeria colectiva que ha puesto ahora en jaque a empresas como Kaspersky Labs. Su CEO, Eugene Kaspersky, indicó su aparente buena disposición para ceder ese código fuente y poder así seguir haciendo negocios en los Estados Unidos, pero todo esto suena a algo que ya vimos en países como China. Los peligros son obvios.
Las "tensiones tecnológicas" crecen
Jeanne Shaheen, miembro demócrata del Congreso por el estado de New Hampshire, explicaba en ABC News que hay ya consenso en este organismo a la hora de considerar que "no se puede confiar en Kaspersky Lab para proteger infraestructuras críticas".
Los potenciales lazos entre esta empresa y el gobierno ruso ha disparado las alarmas tras ciberataques como los que pudieron condicionar los resultados electorales que dieron como presidente a Donald Trump el año pasado. La influencia de estos ataques es cada vez mayor y el impacto de malware como WannaCry o el reciente NotPetya (que según Ucrania, también procedía de grupos de ciberatacantes en Rusia) comienzan a condicionar el futuro de todo tipo de empresas tecnológicas a la hora de hacer negocios en otros países.
Como indican en Gizmodo, el ministro de comunicaciones ruso, Nikolay Nikiforov, ha advertido de que esas "sanciones políticas unilaterales" tendrían su contrapartida por parte de Rusia, cuyas agencias hacen uso de un gran número de soluciones hardware y software procedentes de empresas tecnológicas de Estados Unidos.
Ceder el código fuente, mala idea
Ceder el código fuente de estas herramientas plantea amenazas evidentes: ya no es la empresa la que controla por completo el desarrollo de esas aplicaciones y servicios, y agencias gubernamentales y de inteligencia podrían utilizar ese código para explotar vulnerabilidades que ni siquiera podrían haber sido descubiertas por las empresas que desarrollan esos productos.
No estamos hablando de ciencia ficción: las filtraciones de Shadow Brokers han demostrado cómo la NSA tenía en su poder un completo listado de vulnerabilidades y exploits con los que les era posible infiltrarse en todo tipo de sistemas informáticos.
Algunos de ellos, de hecho, han acabado utilizándose como pilares de los recientes WannaCry y NotPetya que hemos mencionado, y esas amenazas dejan claro el tipo de amenazas que pueden surgir si ciertas entidades logran explotar esos problemas de seguridad.
Estados Unidos sigue el ejemplo de China y Rusia
En Rusia también se han emitido propuestas similares para que empresas extranjeras con productos software cedan el código fuente de sus aplicaciones si no quieren evitar perder negocio en este país. Symantec declaró recientemente que esta práctica "pone en riesgo la integridad de nuestros productos", pero otras como IBM, Cisco, HP o McAfee sí que han dado acceso a este tipo de código a las agencias rusas.
De hecho en el Congreso de los Estados Unidos debería echar un vistazo a la hemeroteca reciente: varias empresas tecnológicas como Intel, Microsoft o IBM se opusieron recientemente a compartir el código fuente de sus desarrollos software con el gobierno chino.
El gigante asiático emitió hace unos meses una nueva regulación de ciberseguridad que obliga a quienes quieran hacer negocio con ellos desvelar el código fuente de sus productos, y eso ha puesto entre la espada y la pared a muchas empresas.
Lógicamente todas ellas saben que tienen un negocio potencial increíble en China, pero quieren defender su propiedad intelectual. Irónicamente, es Estados Unidos la que ahora pide que empresas como Kaspersky Labs hagan lo mismo.
¿Open Source como opción?
Muchos podrían plantear la comparación con desarrollos Open Source en los que el código fuente siempre está a disposición de todos, pero lo cierto es que el enfoque de estas empresas con su código propietario y el que quieren imponer países como Estados Unidos, China o Rusia no tiene tantas semejanzas como podría parecer.
De hecho, la diferencia fundamental es que ese código fuente estaría solo accesible a personal especializado de esas agencias gubernamentales, y no sería "código abierto" como lo conocemos. Serían esas agencias las que lo analizarían para validar que no amenaza la integridad de los sistemas de información en los que se aplica, pero el resto de usuarios y empresas que utilizan esas aplicaciones seguirían sin acceso a ese código.
Opacidad casi total que haría que uno de los principios del software libre —cualquiera puede analizar el código y encontrar vulnerabilidades, y cualquiera puede corregirlas (o aprovecharlas)— no se cumpliese en estas exigencias en las que ese código se comparte de una forma muy especial y muy poco transparente.
Eso hace pensar en la posibilidad, claro, de migrar a soluciones Open Source para solucionar el problema. En Rusia, de hecho, parece que se lo están planteando: la dependencia de empresas como Oracle o IBM hizo que a finales del año pasado se buscaran alternativas basadas en Open Source y adaptadas por programadores locales.
El propio Vladimir Putin recomendaba optar por soluciones "domésticas", y puede que el uso de herramientas de código abierto sea para estos países una interesante vía de escape ahora que las suspicacias y las tensiones en este ámbito están llegando a un punto especialmente delicado.
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