En este mismo momento, más de 19.000 personas se reúnen en Bonn (Alemania) en la gran cita climática del mundo: el COP 23. Presidida por el Primer Ministro de Fiji, un estado especialmente sensible a la subida del nivel del mar, y tras un año repleto de eventos atmosféricos extremos, la cumbre de la ONU solo tiene un objetivo: evaluar e impulsar el Acuerdo de París.
O eso parece. Porque, bajo la apariencia de una conferencia climática más, lo que verdaderamente está en juego estos días es el liderazgo mundial de la lucha por el clima. Un liderazgo que va mucho más allá de lo ambiental y que las grandes potencias están deseando tener entre manos. En este contexto, la Unión Europea está poniendo toda la carne en el asador y estamos asistiendo a una reactivación de la política climática común. Es ahora o nunca.
El vacío que deja Estados Unidos
Cuando hablamos de la COP23, estamos hablando de la primera conferencia que se realiza tras la decisión de Donald Trump de abandonar el Acuerdo de París. Aún quedan tres años para que esa salida sea efectiva, pero el vacío causado por el gobierno de Washington ya se está haciendo notar.
Este año, EEUU, que tradicionalmente ha sido una de las delegaciones más grandes, ha mandado sólo a 48 personas a Bonn. Quitando las comisiones africanas que siempre son enormes, los cincuenta norteamricanos contrastan con los 177 de Francia, los 81 de China o los 161 de Canadá. Es, en si misma, una declaración de intenciones.
Además, esta comitiva oficial no es la única que quiere representar al pueblo norteamericano: una heterogénea coalición de alcaldes, gobernadores, empresarios y activistas se ha plantado en Bonn para reivindicar que existe otra parte de Estados Unidos que aún quiere formar parte del Acuerdo.
Más allá del compromiso climático, hay mucho en juego
Los esfuerzos internacionales contra el cambio climático continúan (y van a continuar) con o sin la ayuda de Estados Unidos. La duda es quién asumirá su papel como líder oficioso de las iniciativas en el marco de la CMNUCC. Y no nos equivoquemos, no es solo una cuestión de compromiso con el clima.
No solemos reflexionar sobre ello, pero la salida de Trump del Acuerdo daña increíblemente la posición estratégica de EEUU a nivel económico, político y militar. Sencillamente porque renuncia de manera voluntaria a un enorme poder de negociación. El mismo poder que, camuflado en ese liderazgo informal del que hablamos, acaba de salir a subasta.
Europa quiere ser ese líder
Y en una estrategia clara para conseguirlo, los 28 están tratando de reorganizar y profundizar en la política climática de la Unión. Tras el varapalo a la industria del automóvil, hoy sin ir más lejos los países de la Unión han llegado a un acuerdo para reformar el Mercado de Carbono Europeo (EU ETS).
Bajo la apariencia de un sistema de comercio de permisos de emisión, el EU ETS es la herramienta fundamental de la política climática europea y tiene una enorme influencia en el resto de mercados del mundo. Se creó en 2005, con la mirada puesta en el protocolo de Kioto, pero rápidamente quedó claro que era la mejor solución técnica para ‘resolver’ el gran problema de los recortes de emisiones: decidir quién asume esos recortes.
Lamentablemente, la novedad del mecanismo, primero, y la crisis económica, después, produjeron una sucesión de ‘permisos’ y demoras que han limitado (y mucho) su impacto real. Eso ha situado ahora a la Unión ante una difícil decisión: si quiere ocupar el liderazgo que ha dejado vacante EEUU, debe iniciar la mayor reconversión industrial del continente desde, por lo menos, la década de los 70 y 80.
La gran reconversión industrial que le espera a Europa
Lo que está debatiendo estos días Europa, de forma paralela al COP 23, es cómo llevar a cabo esa reconversión en mitad de la crisis política e institucional en la que se encuentra la Unión. Y no hace falta decirlo, los equilibrios son complejísimos.
El endurecimiento de los límites de emisiones para la industria del automóvil cuenta con la oposición tradicional de Alemania, mientras que la reforma del EU ETS tiene enfrente a todo el este de Europa que teme que desencadene un proceso de deslocalización industrial. Y esto no ha hecho más que empezar.
En el caso de la reforma del EU ETS, las negociaciones habían llegado a un punto muerto porque la propuesta de vetar cualquier tipo de subvenciones a las instalaciones que emitieran más de 450 gramos de dióxido de carbono por kilovatio hora parecía demasiado radical. Al fin y al cabo, eso dejaba a las plantas de carbón fuera de juego y hay muchos países europeos que dependen críticamente de ellas (Hola, Alemania).
Sin embargo, la presión por llegar a la Cumbre de la ONU con una posición única y ambiciosa ha hecho milagros y, a falta de la aprobación por los Estados Miembros y por el Parlamento Europeo, se ha llegado una reforma muy importante que entrará en viger en 2020.
Es cierto que las concesiones a Bulgaria, Rumanía y, posiblemente, a Polonia descafeínan un poco el acuerdo, pero como defendía Estonia, que tiene la presidencia de turno de la Unión, el acuerdo es un gran paso para “mantener la integridad del medioambiente y apoyar la innovación y la modernización del sector energético”. Al final, como comentábamos hace unos meses, la decisión de Trump puede acabar activando al resto de actores y eso, al menos, es un buena noticia.