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¿Qué podemos hacer nosotros para combatir el cambio climático?

Vender el carro, evitar el avión, hacerte vegetariano o tener menos hijos son algunas de las medidas individuales que, según un estudio reciente, tienen mayor impacto en la lucha contra el cambio climático. Y me parece curiosísimo.

Porque es verdad que cuando hablamos de reducir emisiones o de luchar contra el calentamiento global el enfoque personal es el gran desaparecido. Y eso que algunas de las medidas que he comentado más arriba tienen un impacto muchas veces mayor que cosas como reciclar, usar bombillas de bajo consumo o secar la ropa al aire libre.

Midiendo a las personas

Según los informes internacionales, las emisiones anuales deben reducirse a dos toneladas por persona antes de 2050 si queremos tener al cambio climático bajo control. La media del mundo está en torno a las cinco toneladas per cápita, pero hay muchos países (como EEUU sin ir más lejos) que están por encima de las 16 toneladas.

Seth Wynes y Kimberly Nicholas decidieron examinar las distintas opciones que había encima de la mesa para ver si había algún comportamiento individual que pudiera ayudar a esa reducción. El estudio ha sido muy polémico (sobre todo, por algunas de sus conclusiones), pero nos da un marco muy interesante para evaluar el impacto ecológico real de nuestros hábitos de vida.

Las medidas más populares son también las que tienen un impacto moderado en la reducción de emisiones

La primera sorpresa fue que las medidas más publicitadas como cambiar las bombillas de la casa, lavar la ropa con agua fría o reciclar tenían un impacto bajo o moderado en la reducción de emisiones.

Y sin embargo, hay medidas mucho más potentes sobre las que solemos pasar de puntillas. Cosas como tener una dieta vegetariana (o eminentemente vegetariana), evitar vuelos transatlánticos o vender el coche ayudan a reducir las emisiones que originamos en más de una tonelada anual.

Tener menos niños (o no)

Aunque la palma se la lleva una idea muy concreta: tener menos hijos. Según los investigadores, cada hijo menos supone un ahorro de casi 60 toneladas. La cuenta tiene trampa, claro: los investigadores imputan todas las emisiones futuras del niño y de la descendencia del niño.

Además, aunque es la más llamativa, también está muy claro que es la estimación más dependiente de la evolución de los hábitos de consumo. Vamos, que es la cifra de la que menos podemos fiarnos. Como decían en Motherboard, el ecológico no es un argumento sólido contra la paternidad. O, al menos, uno no muy sólido.

Ha dejado de ser un problema científico, para ser un problema social

Por lo demás, el trabajo de Seth Wynes y Kimberly Nicholas nos señala una cuestión importante: si no se produce un cambio cultural de fondo (y uno relativamente rápido), la reducción de emisiones de la que tanto se habla va a ser algo relativamente complejo. Salvo milagro tecnológico, claro.

Algo que por lo demás ya intuíamos: reciclar o cambiar bombillas son cosas populares precisamente porque no suponen un gran cambio de nuestros hábitos de vida. El problema es que sin cambiarlos, según parece, las reducciones son meramente marginales. Más allá del debate científico, estas cifras muestran que estamos ante el asunto social y político del siglo.

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