«En el siglo diecinueve — nos cuenta Coetzee —, era el centro de la industria de los pingüinos. Aquí se mataba a golpes a cientos de miles de pingüinos y se los arrojaba al interior de unas calderas de hierro fundido para deshacerlos en forma de aceite útil y residuos inútiles. O ni siquiera se los mataba a golpes, simplemente se les azotaba con palos para que subieran una pasarela y saltaran al caldero hirviente». Así, con el hombre, llegaron las plagas a la Isla Macquarie, el punto más septentrional de Australia, a medio camino entre Tasmania y la Antártida.
En los años 70, poco más de 50 años después de la llegada de los primeros marinos, había 130.000 conejos destrozando la flora y amenazando la fauna de la isla. Pero aún así tardamos otros 30 años en tomar cartas en el asunto. En 2007, se tomó la decisión de acabar con todos los roedores de la isla y para 2012, ratas ratones y conejos habían sido exterminados. Es la isla más grande donde se ha conseguido hacer algo de este tipo. No lo será por mucho tiempo, porque hay un lugar 2.000 veces más grande que Macquarie que quiere seguir su ejemplo aunque tenga que usar ingeniería genética. Ese lugar se llama Nueva Zelanda.
Según Maggie Barry, antigua ministra neozelandesa de medio ambiente, se trata del “proyecto de conservación más importante de la historia del país”. Pero se equivoca radicalmente. Si se lleva a cabo, sería el proyecto de conservación más importante del mundo con consecuencias que no podemos siguiera evaluar.
La Nueva Zelanda que ya no existe
En 2007, Les Kelly se jubiló tras 25 años trabajando en Australia y decidió volver a su Nueva Zelanda natal. Pero algo había cambiado. Ed Yong habla sobre cómo el "canto de los pájaros se había acallado" y es cierto, debido a las plagas, la Nueva Zelanda de la juventud de Kelly ya no existía.
Era una historia que venía de largo. Antes del siglo XIII, no había más mamíferos que los murciélagos en Nueva Zelanda. Eso hizo que, sin depredadores cerca, las aves siguieran el "destino del pájaro dodo": perdieron la capacidad de volar, se volvieron confiadas y firmaron su sentencia de muerte ante la llegada de los barcos que traían el mundo globalizado con sus ratas, conejos, perros y gatos.
Hoy por hoy, cada año desaparecen 16 millones de polluelos en manos de los depredadores que llegaron con los humanos y ya se han extinguido cuatro especies distintas. Claro que la Nueva Zelanda de hace unas décadas no existe, la duda es cuánto tiempo resistirá lo que queda de ella.
Acabar con los invasores
Ante esto, Kelly decidió que había que hacer algo y los ejemplos de islas que habían tenido éxito en el exterminio de los depredadores estaban ahí. Así surgió ‘Predator-Free 2050”, un proyecto tremendamente ambicioso que quiere hacer exactamente lo mismo solo que en una isla 2.000 veces más grande. Según ellos, se trata de la única forma de salvar el país y su patrimonio natural.
Durante algunos años, el proyecto no consiguió salir de los límites del mundo de interesados en la conservación natural, pero en 2011 la cosa cambió. Gracias a un discurso muy conocido la iniciativa entró en el debate nacional, se ganó el interés del público y el apoyo del Gobierno.
Había llegado el momento de diseñar una hoja de ruta. Y al hacerlo quedó claro que los recursos necesarios eran tan enormes como ambicioso el proyecto: exterminar a los depredadores antes de 2050 costaría 6.000 millones de dólares. Esto se debe a que, aunque la tecnología actual permitiría hacerlo, el proceso sería tremendamente complejo y costoso.
Basta recordar que la primera vez que se realizó extinción de este tipo hubo que envenenar a los depredadores uno a uno. Ahora tenemos mejores técnicas, pero aún no las suficientes. Por eso, alguien dijo las siglas mágicas: CRISPR.
Piedras filosofales o cajas de Pandora
CRISPR es un viejo conocido de esta casa. Se trata de una técnica revolucionaria que permite editar genes de forma sencilla, barata y muy precisa. Cuando hablamos de ella, solemos comentar el prometedor futuro sin enfermedades genéticas que dibuja, pero la realdiad es que tiene muchas más aplicaciones. Como por ejemplo, combatir las plagas.
Lo que se está planteando es acabar con los depredadores introduciendo genes diseñados para reducir la capacidad de reproducción de los animales. Parece ciencia ficción, pero nada más lejos de la realidad: la Organización Mundial de la Salud ya ha aprobado el uso de mosquitos modificados genéticamente para luchar con enfermedades como el Zika.
Con un buen diseño genético, las especies invasoras podrían verse eliminadas de forma progresiva y sin esfuerzo en pocas décadas. Algo que convertiría Nueva Zelanda en uno de las reservas naturales más importantes del mundo. Es un plan tan brillante, como peligroso.
Y es que se trata de una cuestión compleja: primero, porque aún estamos dando nuestros primeros pasos en el mundo de la ingeniería genética; y, segundo, porque desconocemos el impacto ecológico real de un proyecto de ese calibre en un sistema tan grande como Nueva Zelanda. Mientras los depredadores destruían los ecosistemas tradicionales, creaban nuevos equilibrios ecológicos de los que sabemos poco.
Pero, quizá lo más inquietante es pensar en qué pasaría si esos genes salieran de la isla y, en poca más de 50 años, las ratas, los ratones y los conejos desaparecieran del mundo ¿Qué consecuencias ecológicas tendría todo ello?. Nos encontramos en los albores de un nuevo mundo, de eso no hay dudas: la gran pregunta es si hemos encontrado la piedra filosofal o la caja de pandora.
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