La transferencia de Neymar al club de fútbol Al Hilal de Arabia Saudí está llena de récords. Es solo que nadie esperaba que uno fuera por la contaminación.
El propio equipo mueve colosales sumas de dinero, con el 75% de las acciones en manos de un fondo de inversión público gestionado por el gobierno saudí y el 25% restante es propiedad de socios directamente relacionados con la familia real. El fichaje del brasileño es también el más caro en la historia de la liga saudí, con 98 millones de dólares. Y, ahora, es posible que también sea uno de los acuerdos más dañinos para el ambiente en la historia de fútbol.
Esto es porque el pasado viernes, cuando llegó a Riad, donde juega su nuevo club, Neymar iba a bordo de un Boeing 747. ¿Qué tiene de raro? Bueno, pues que no viajó como tú viajarías en un Boeing 747, sino que voló desde París en un 747 de la flota real, prácticamente vacío, y fletado sólo para él.
La nave en cuestión es uno de los tres aviones personales al servicio del príncipe Al Waleed bin Talal Al Saud. Es un modelo de la serie -400 que originalmente fue usado por la compañía Air China como una aeronave de líneas regulares para 344 pasajeros y que normalmente cuenta con tres clases: 10 butacas-cama de primera clase, 42 sillones de business class y 292 asientos estándar de clase económica.
Usarlo para mover a un pasajero es un lujo que representó 230.000 kg de emisiones de CO2 a la atmósfera, algo así como lo que contamina una persona normal… en 32 años.
Si Neymar hubiera decidido ir en un jet privado, habría emitido 12.000 kg de CO2, que ya es una cifra enorme, que a diario generan los vuelos de millonarios y estrellas que van de Elon Musk y Jeff Bezos a Taylor Swift. Pero hacerlo en un avión del tamaño de un Boeing supone 20 veces esa cantidad.
Los lujos de Neymar
Neymar no es lo que se diría ajeno a los lujos extravagantes y en el pasado ha demostrado que bien poco le importan las causas medioambientales. Entre sus peticiones al club se encuentran una mansión de lujo de 25 habitaciones con una piscina de 400 metros cuadrados y tres saunas, una nevera siempre llena de zumos de Açai y guaraná y una flota de carros de alta gama, entre ellos un Ferrari, un Bentley, un Audi, un Lamborghini, un Aston Martin y una SUV Mercedes G Wagon, así como un chofer disponible las 24 horas del día los siete días de la semana.
De hecho, en el pasado Neymar ha recibido decenas de infracciones relacionadas con la violación de los derechos ambientales en su país, por los que se enfrenta a una millonaria multa de 16 millones de reales (unos 3,3 millones de dólares).
La principal infracción recae en una edificación ilegal en su residencia ubicada en las afueras de Río de Janeiro. La fiscalía brasileña le sanciona por la gravedad que involucra la realización de una obra sujeta a control ambiental sin permiso, la captación y desvío de agua de un río sin autorización, así como la remoción de tierras y la supresión de vegetación sin el debido consentimiento. Todo para llevar a cabo la construcción de un lago artificial y una playa para él mismo.
El impacto de los jets privados
El caso del futbolista brasileño vuelve a poner sobre la mesa el tema de los vuelos privados y su impacto nocivo en el medioambiente. Los grupos ambientalistas han arreciado sus ataques contra este segmento, porque, señalan, apenas un 1% de los viajeros de avión causan las mismas emisiones contaminantes que el otro 99%.
Los políticos de primer nivel entran en esa cifra, pero el foco ha caído de manera especial sobre superestrellas como Taylor Swift, Post Malone o Drake, cuyos desplazamientos constantes contaminan en un solo vuelo lo mismo que un estadounidense promedio en todo un año.
Es un problema aún mayor si tenemos en cuenta que hoy en día existen casi tantos aviones privados (22.000) como comerciales (26.000), y que las proyecciones indican que en un cómputo global los jets de este tipo causan entre cinco y 14 veces más contaminación por pasajero que los aviones comerciales y 50 veces más que los trenes.
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