La era de los zepelines que cruzaban el Atlántico acabó, abruptamente, el seis de mayo de 1937 en una estación aeronaval de Nueva Jersey. Ese día, el Hindenburg, la aeronave más grande jamás puesta en circulación, ardió por completo en menos de 40 segundos matando a 35 personas.
Fue el mismísimo Adolf Hitler quien, tras una investigación, ordenó discontinuar con los dirigibles comerciales mientras decenas de países prohibían el uso de hidrógeno en aeronaves. Se ponía fin a una historia de amor e ingeniería que había durante casi medio siglo.
Pese a todo, los dirigibles nunca se fueron del imaginario colectivo y, en estos 80 años, muchos se han preguntado qué hubiera pasado si aquellos colosales zepelines hubieran seguido vivos. Ahora, puede que esta pregunta haya dejado de un argumento de ‘historia alternativa’ y retrofuturismo para convertirse en un futuro técnicamente plausible.
¿El renacimiento del Zeppelin o simples castillos en el aire?
Y es que, estos días, un artículo científico del International Institute of Applied Systems Analysis de Laxenburg (Austria) ha planteado la oportunidad de recuperar los dirigibles para construir una alternativa sostenible al transporte de mercancías intercontinental.
Según Julian David Hunt, el autor principal del análisis, con la tecnología actual se podrían construir naves hasta 10 veces más grandes que el Hindenburg. Estos monstruos voladores, sustituirían a los buques de carga y haría su trabajo en menos tiempo y generando menos contaminación.
Si hacemos caso de sus cálculos, estas naves, que podrían medir hasta dos kilómetros de largo, utilizarían la gran corriente de chorro para moverse circularmente por el globo terráqueo. Gracias a ella, los zepelines podrían completar una vuelta al mundo en 16 días con 20.000 toneladas de carga y gastando poquísima energía.
El trabajo del equipo de investigadores ha sido estudiar la viabilidad del proyecto con la tecnología actual. Ahora no solo tenemos tecnología mucho más desarrollada (y más segura), sino quedemos predecir con mucha más exactitud los patrones climáticos y adaptarnos a ellos. Por eso, sobre el papel, la idea parece interesante.
Sin embargo no es gas todo lo que flota. El mayor problema con el que se enfrenta la idea es que, para ser rentable y ecológicamente viable, debería de recurrirse de nuevo al hidrógeno. El hidrógeno es 17 veces más ligero que el aire y, a diferencia del helio, es barato y fácil de conseguir. A cambio, es tremendamente inflamable y explosivo.
Por eso, muchos países del mundo siguen prohibiendo el uso del hidrógeno en aeronaves 80 años después del Hindenburg y este gas (en este contexto) sigue siendo un ahuyentador de inversores. Hunt y su equipo esperan que automatizar el pilotaje de las aeronaves puede dar confianza a los posible aliados, pero esto entra ya en el terreno de la especulación. Incluso aunque parezca razonable reivindicar la vuelta de los zepelines, más nos vale no hacer castillos en el aire.
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