Necesito explicaros como he llegado a esto. Me gusta pensar que todos tenemos nuestras rarezas. Temas extraños, obtusos y, a veces, incluso inconfesables que nos fascinan de forma virtualmente inexplicable. A mi, sin ir más lejos, me pasa con la remolacha azucarera. Me alucina todo lo que tiene que ver con ella desde la soleada tarde de 1747 en que Andreas Marggraf descubrió cómo sacarle el azúcar a las prácticas recolectoras de este tubérculo en Wyoming, Estados Unidos.
La mayor parte del tiempo es una soberana pérdida de tiempo, no os voy a engañar. Pero, a veces, leer sobre una remota plantación de 700 acres al sur de Montana te lleva a darte de bruces con datos interesantes: en este caso que las predicciones meteorológicas de los últimos meses están siendo mucho menos precisas y fiables que de costumbre. ¿El motivo? 2020. 2020 e, inesperadamente, el COVID-19.
El secreto de recolectar remolachas
Rhonda Hergenrider, la propietaria de esa plantación de remolachas, explicaba en High Country News que, muy al contrario de lo que podría parecer, recolectar remolachas azucareras es un tema complicado en el que el tiempo tiene mucho que decir: el frío y la humedad complican lo indecible el proceso de sacar las remolachas del suelo; por contra, el calor puede estropear las remolachas ya cosechadas y echarlas a perder en los silos.
Por eso, en las últimas décadas, granjeros y meteorólogos han sido amigos íntimos. El problema es que, como decíamos antes, otro de los damnificados del COVID están siendo las predicciones meteorológicas. Para crear los pronósticos cada vez más precisos, los meteorólogos usan modelos alimentados por lecturas de temperatura, presión y humedad recopiladas por los vuelos comerciales.
No es la única fuente de datos, claro está. Utilizan globos meteorológicos, estaciones terrestres, imágenes por satélite, etc. Pero los miles de vuelos que atraviesan la atmósfera de forma regular rellenaban huecos importantes. Huecos que ahora permanecen vacíos obligando a los expertos a tener que apañarse con una imagen mucho más pixelada de las dinámicas atmosféricas.
Es lógico, además. Solo en marzo, los vuelos mundiales bajaron entre un 75% y un 80%; y en septiembre, muchas aerolíneas aún no habían recuperado siquiera la mitad de sus vuelos pre-pandemia. Pero la situación solo se ha recuperado parcialmente. Los aeropuertos españoles, por usar el caso más cercano, están teniendo un movimiento similar al de finales de los años 80 y principios de los 90.
El fenómeno es complejo y tiene muchas derivadas, pero en este asunto el tema es cristalino: no hay aviones, no hay datos.
No obstante, la peor parte del asunto, por suerte para nosotros en Europa, se da en el Pacífico donde grandes extensiones de mar se han convertido en "desiertos de datos atmosféricos". En el corto plazo, es un problema para los que viven en regiones aledañas, es cierto. Pero el tiempo atmosférico es complejo y la falta de datos allí complica endiabladamente los pronósticos a largo plazo en todo el mundo. Y por "largo plazo", en este contexto, hablamos de una semana o diez días.
"El error más pequeño en los datos se acumula con el tiempo", explicaba Jeff Weber, meteorólogo de la Corporación Universitaria para la Investigación Atmosférica, en HighCountryNews. Esto incorpora ruido a las predicciones que hace que las variabilidades de grados puedan ser mucho más altas (o más bajas) de lo que dicen los pronósticos. Con el considerable costo que eso supondrá.
Imagen | David Kovalenko
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