En 1982, un grupo de científicos escribió un informe que predecía con sorprendente precisión el futuro climático del planeta. Según aquel memorándum, en 2019 la atmósfera alcanzaría el punto crítico en la concentración de dióxido de carbono que alcanzamos hace unos pocos días.
Esos investigadores no trabajaban para ninguna agencia de Naciones Unidas, ni para un comprometido departamento universitario de alguna universidad de la Ivy League. No. Estos investigadores trabajaban para Exxon, una de las petroleras más grande del mundo.
No se podía saber
En los últimos días, espoleado por el siniestro récord semanal, Tom Randall, reportero de Bloomberg especializado en transporte y transición energética, se puso a revisar los informes internos de la compañía que salieron a la luz gracias a una investigación de InsideClimate de 2015. Randall confirmó que las estimaciones de Exxon eran sorprendentemente precisas: como se puede leer en el memorándum, la temperatura media está efectivamente aproximadamente un grado por encima de la de 1982 y los niveles de CO2, como decíamos, están en 415 ppm.
Las advertencias del informe interno no se quedaban ahí, también advirtió que ese dióxido de carbono aumentaría el efecto invernadero y que eso "calentarían la superficie de la tierra causando cambios en el clima que afectarían las temperaturas atmosféricas y oceánicas, los patrones de lluvia, la humedad del suelo y, posiblemente, durante siglos".
También señalaron que ese cambio iba a ser muy progresivo alternando subidas y bajadas sobre las tasas climáticas "normales". Avisaban, pues, de que el cambio iba a darse, pero que no lo íbamos a notar. Eso sí, dejaban meridianamente claro que ese "normal" iba a cambiar (y mucho) en las próximas décadas.
Los mercaderes de la duda
La investigación de InsideClimate se mereció un Pulitzer precisamente porque demostraba que las petroleras sabían perfectamente lo que iba a ocurrir (gracias a unos modelos estadísticos muy robustos) y decidieron gastar cantidades ingentes de recursos para armas una inmensa campaña de desinformación en torno al cambio climático.
Es lo que Erik M. Conway y Naomi Oreskes llamaban "mercaderes de la duda", un grupo de científicos y asesores científicos de alto nivel que se pusieron al servicio de las grandes empresas para liderar campañas mediáticas destinadas directamente a engañar al público y negar verdades científicas que ellos conocían de primera mano.