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El contagio de enfermedades de humanos a animales puede haber llegado a la Antártida debido a las investigaciones y al turismo

En las últimas décadas hemos podido llegar a investigar lugares inhóspitos, como el fondo de los océanos o los polos, pero el hecho de meter nuestra nariz donde en principio no nos toca tiene algunas implicaciones más allá de nuestro afán destructor investigador. Lo último: que somos nosotros los vectores de enfermedad para las aves de la Antártida y pingüinos y otras especies están enfermando por las visitas de turistas y científicos.

Normalmente sabemos de alertas que saltan en zoonosis, es decir, contagios a la inversa (de animales a seres humanos) como la rabia (perros, murciélagos, etc.) o la toxoplasmosis (gatos). Pero el dedo acusador esta vez va hacia nosotros, y en un continente y unas especies donde no se había detectado hasta ahora: la Antártida.

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Fue la microbióloga Marta Cerdà-Cuéllar, investigadores en el Centro de Investigación de la Salud Animal en Barcelona (España) quien se negaba a creer que las zoonosis inversas (es decir, de humanos a animales) no se estuviesen dando ya en la Antártida. De ahí que ella y sus colegas decidiesen empezar a recoger muestras fecales de las aves que habitan el albo paraíso del sur en busca de lo que sospechaban que ya ocurría.

Explican en ScienceMag que para evitar la contaminación de las muestras tuvieron que recoger las heces directamente de las aves (algo que implica tener que retenerlas momentáneamente para limpiar sus cloacas con hisopos estériles) y que en total se hicieron con muestras de 666 pájaros de 24 especies distintas, incluyendo pingüinos de Rockhopper, albatros de pico fino, págalos grandes y petreles gigantes, desde 2008 a 2011 y en cuatro regiones distintas (Península antártica, Isla Marion, Isla de Gough e Islas Falkland).

En su trabajo, recientemente publicado, comentan que aislaron e identificaron ADN de bacterias como Campylobacter jejuni, C. lari o cepas de Salmonella spp de origen antropogénico (es decir, humano). De ahí que los hallazgos sugieran que los seres humanos estamos siendo los causantes de enfermedades en las aves que habitan o migran por esas regiones.

¿Ya hemos roto la Antártida de tanto usarla?

Las localizaciones escogidas son comunes a muchas de las rutas de migración de las aves marinas, pero resultan algo aisladas en referencia a las regiones que nuestra especie suele habitar. De ahí que el hecho de encontrar bacterias de origen humano ahí da que pensar que los centros de investigación o el creciente turismo en dichas regiones está empezando a afectar a los ecosistemas, de una manera más sutil y microscópica de lo que cabría pensar (el impacto ambiental de medios de transporte, construcciones o residuos).

El hecho de encontrar bacterias de origen humano ahí da que pensar que los centros de investigación o el creciente turismo en dichas regiones está empezando a afectar a los ecosistemas

El ornitólogo Kyle Elliot, de la Universidad McGill en Montreal (Canadá) considera que es difícil predecir qué especies se verán más afectadas por la diseminación de estas bacterias, pero que el hecho de haberlas encontrado en este ambiente prueba que la Antártida no es un lugar demasiado frío como para que no exista al menos la amenaza de transmisión. Matiza además que aunque hasta la fecha "nos obsesiona el potencial de enfermedades nuevas que puedan provenir de los animales salvajes y causen epidemias", la transmisión de enfermedades a la inversa, de humanos a animales salvajes, "ha sido mucho más desastrosa".

Esto se trata de un problema simultáneo a otros que estamos viendo en relación a la eclosión de infecciones y enfermedades a causa del deshielo, como el hecho de que en algunas especies marinas cada vez haya más enfermedades debido al cambio climático. O que el deshielo de los polos esté devolviendo a la superficie virus congelados hace decenas de miles de años.

¿Qué hacer ante esto? Seguir investigando (eso que no pare nunca), pero sobre todo considerar si es momento de limitar aún más el acceso a este cada vez menos santuario. Ya dijo nos dijo Pablo Tejedo, un científico español que precisamente viajó hasta la Antártida para estudiar el impacto humano sobre ella que "el turismo cada vez tiene más importancia" y que sólo en 2016 "fueron 38.500 turistas a la Antártida".

Imagen | Gustavo Naharro

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