Hace unos meses, charlando con Ramón Larramendi, el conocido explorador me explicó que, en el mundo, había más astronautas que exploradores polares. A la vista de sus proyectos (que van desde dar la vuelta al ártico en kayak a recorrer la Antártida con la única ayuda de una cometa gigante), uno se pregunta por qué el espacio tiene más glamour que el frío perpetuo de los casquetes polares.
Luego uno conoce la vida en sitios como la Estación de Investigación de Zackenberg en el nordeste de Groenlandia y empieza a entender cosas. Aunque, a menudo, los experimentos son igual de (poco o muy) interesantes en un sitio o en el otro, mientras los astronautas son recibidos con vítores y reconocimientos públicos por arreglar un retrete, en ese remoto laboratorio en el corazón de las tierras del rey Christian X llevan 20 años cazando arañas lobo para estudiar sus hábitos reproductivos en el más absoluto de los silencios.
Lo que ocurre es que alguien tenía que hacerlo. Sobre todo, porque si no, nunca habríamos descubierto que las arañas árticas están a punto de vivir una explosión demográfica nunca vista (al menos, por la ciencia moderna).
La invasión de las arañas polares
En climas relativamente suaves lo habitual es que los arácnidos se reproduzcan varias veces al año, pero el Ártico no es uno de esos climas de veranos de playa, sol y arena. Normalmente, los veranos son tan cortos que los expertos nunca habían visto ese fenómeno en las arañas del lugar. De hecho, pensaban que no podrían hacerlo porque en el resto del mundo este tipo de arañas necesita un mes para conseguirlo y, aunque esta estación se ha ido haciendo más largo desde hace ya mucho tiempo, no estaban cerca de esa longitud.
Ahora, sin embargo, la cosa ha cambiado. Tras examinar los datos de las arañas lobo desde 1996 se han dado cuenta de que en la última época sí habían sido capaces de hacer dos nidadas. Justamente los años en que la nieve se retiraba antes. Los investigadores han descubierto que, a diferencia de sus primas hermanas, solo necesitan 20 días para preparar la siguiente nidada. Eso tiene una consecuencia clara: en la medida en que se espera que los veranos largos sean cada vez más habituales, ha llegado la época de oro de las arañas polares.
No pasaría nada si no fuera porque este tipo de insectos está en lo alto de la cadena trófica de los invertebrados y no tiene ningún tipo de depredadores naturales en el Ártico. Es decir, la abundancia de arañas rompe el equilibrio ecológico de, al menos, amplias partes de Groenlandia. Es problemático, claro; pero no tanto por la quiebra ecológica del ártico (algo que, para bien o para mal, ya damos por casi inevitable), como porque todo está cambiando antes de que lo entendamos bien.
O reforzamos nuestros esfuerzos para entender las dinámicas de la Tierra o muchísimo conocimiento, especies y climas desaparecerán para siempre. Y, como en el caso del baby boom de arañas que nadie predijo, las consecuencias nos sorprenderán sin estar preparados.