La misión imposible de controlar la plaga invasora que se está comiendo el pino europeo: biomoléculas, piñones y ciencia ciudadana

En 1999, más de 30 millones de turistas llegaron a Italia con ganas de emular el Grand Tour del XVII o revivir las películas del cine italiano de los 60 y 70. Entre todos ellos, había un pequeño polizón: un ejemplar (o varios) de chinches americanas del pino. El resto es historia y una mala.

Desde aquel momento, la chinche fue ganando territorio en todo el continente europeo "sembrando el terror" en las plantaciones de pino piñonero y en las explotaciones de pinos de vivero. A España, por Barcelona, llegó en 2003 y, desde entonces, se ha ganado a pulso la fama de ser una plaga que pone en peligro buena parte de los pinos del país.

La situación ha llegado a tal punto que la Unidad de Investigación de Moléculas Bioactivas del Instituto de Química Avanzada de Catalunya (IQAC) del CSIC ha pedido colaboración ciudadana para intentar encontrar una manera de controlarla.

El enemigo número uno del pino piñonero

En las últimas décadas, la chinche ha salido de su ecosistema natural en las Montañas Rocosas de Estados Unidos y ha invadido el este de Norteamérica y México. En 2008 desembarcó en Asia vía Japón y, en general, no tenemos forma de frenarla.

Y eso que es "fácilmente distinguible". Se trata de una chinche de 15-20 milímetros de tamaño con un "ensanchamiento de las tibias del par de patas posterior, así como dos marcas blancas en forma de cuatro invertido en las alas anteriores". Esto facilita su 'monitorización', pero no resuelve el principal problema: es el enemigo número uno de la industria del piñón.

Hay que tener en cuenta que estos bichos son capaces de alimentarse (vorazmente) de más de 40 especies de coníferas y su predilección por los pinos hace que su impacto económico sea importante. Por ponerlo en cifras: el IRTA cifra en un 25% la cantidad de la cosecha piñera que se pierde cada año por la acción de la chinche.

¿Qué quieren hacer los investigadores del CSIC?

Concretamente, los investigadores buscan ejemplares vivos de Leptoglossus occidentalis con los que estudiar las feromonas del insecto de cara a intentar desarrollar algún método de control que no conlleve "daños colaterales" en el resto de especies del lugar.

La clave, según parece, es que se han dado cuenta que durante el otoño, "el insecto busca refugio para pasar el invierno tanto en el medio natural como en el interior de infraestructuras humanas, formando en ocasiones grandes agregados constituidos por individuos de ambos sexos". Es decir, en un momento concreto, los insectos se agrupan. La tesis de los investigadores es que esa conducta se debe a una feromona de agregación que hoy por hoy se desconoce.

Si son capaces de encontrar esa feromona, los investigadores pretenden utilizarla para atraer a las chinches y acabar con ellas (o, al menos, mantenerlas bajo control). Se trata no solo de una medida económicamente urgente, sino de una iniciativa muy interesante que combina ingeniería de biomoléculas y ciencia ciudadana de un solo movimiento.

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