Hay quien conoce al Thwaites como el "glaciar del día del juicio final" y, aunque no soy precisamente un defensor de esa expresión, he de reconocer que hay cifras a tener en cuenta más allá del gusto por la retórica catastrofista. Hablamos de una mole de hielo de unos 200.000 kilómetros cuadrados en el corazón del sector antártico que no es reclamado por ningún país. Una mole que se está derritiendo rápidamente y que, según un reciente estudio del Jet Propulsion Laboratory, es la responsable del 4% de la subida del nivel del mar en todo el mundo.
No obstante, la clave del asunto está en una sola palabra: el "rápidamente". El consenso entre los glaciólogos es que, efectivamente, el glaciar Thwaites es, con diferencia, uno de los "más peligrosos" del mundo. Fundamentalmente porque él solo contiene suficiente agua para elevar el nivel de los océanos en metros. Es decir, la velocidad del deshielo es un asunto crucial para entender las dinámicas climáticas del mundo entero.
Por eso, los científicos acaban de meterle un minisubmarino en las entrañas.
Malas noticias desde la Antártida
Concretamente ha sido un equipo internacional de investigadores coordinados por la Universidad Tecnológica de Georgia. Utilizando un pozo de más de 600 metros de profundidad perforado con agua caliente, el Icefin (que así se llama el minisubmarino robotizado) ha podido navegar en las aguas que se encuentran en la base del gigantesco glaciar. Esto no es raro, la presión a la que está sometida este agua hace que, pese a estar a temperaturas de congelación, pueda seguir fluyendo libremente.
Lo importante de esta investigación es que todo parece indicar que el agua bajo el Thwaites está siendo calentada por las aguas cada vez más cálidas del océano profundo. Ya "sabíamos que las aguas oceánicas más cálidas están erosionando muchos de los glaciares de la Antártida Occidental, pero estamos particularmente preocupados por Thwaites porque las condiciones actuales indican que el proceso de deshielo será más rápido de lo que esperábamos”, explicaba Keith Nicholls, oceanógrafo de British Antarctic Survey.
El Icefin, por su lado, es un submarino robótico autónomo de tres metros y medio de largo, 23 centímetros de diámetro y 130 kilos de peso. Es capaz de funcionar a un kilómetro de profundidad y su diseño modular permite adaptar el dispositivo a diferentes misiones (que van desde la búsqueda de vida en el fondo de la Antártida a investigaciones como las de hoy). Icefin, en general, nos da una forma nueva de mirar los glaciares y el subsuelo del continente más inhóspito del mundo.
Imagen | USAP