Los gases saben matar de muchas maneras. Eso lo aprendimos bien en el corazón de la tierra, escarbando estrechas galerías por las que extraer, poco a poco, el oro, la plata, el mercurio o el carbón. Sobre todo, el carbón. En cuyas minas, cada año, moría decenas de miles de personas para alimentar la hambrienta maquinaria de un XIX manchado de turba, lignito y hulla.
También aprendimos a ver en las llamas de los faroles que alumbraban a los mineros las señales que dejaban los gases mientras preparaban sus ataques. El metano, por un lado, alteraba levemente las llamas de los candiles; la falta de oxígeno, por el otro, los ahogaba poco a poco hasta que los conseguís a apagar.
Pero no sabíamos suficiente. A veces, decenas de mineros aparecían muertos mientras en los faroles las llamas permanecían impasibles. En junio de 1894, John Scott Haldane realizó autopsias a centenares de ratones para encontrar cuál era el maldito gas que, de manera invisible, hacía estragos en las minas. Y lo encontró: el monóxido de carbono.
Así empezamos a usar canarios, más sensibles que nosotros a la contaminación ambiental, como centinelas en las galerías. Así, en fin, se salvaron muchas vidas. En esto fue lo primero en lo que pensé al leer que desde 1970 habíamos perdido casi 3.000 millones de aves. Y solo en Norteamérica.
"¿Nos podemos imaginar un mundo sin pájaros?"
La noticia que trae Science hoy no es, en realidad, demasiado noticiosa. El primer gran censo de aves del norte del continente americano concluye que, en los últimos 50 años, las poblaciones de aves se han reducido un 29%. Y no en especies amenazadas, no. Los datos muestran que la mayor parte de las pérdidas (hasta un 90%) se concentran en 12 familias de aves que van desde los gorriones y las currucas a los pinzones o las golondrinas.
Pero quizás el problema es que estas cifras "son consistentes con lo que estamos viendo en otros lugares con otros taxones que muestran disminuciones masivas, incluidos insectos y anfibios", explicaba Peter Marra, director de la Iniciativa Ambiental de Georgetown y coautor del estudio.
"Es imperativo abordar las amenazas inmediatas y continuas, tanto por el efecto dominó que puede conducir a la descomposición de ecosistemas de los que dependemos los humanos para nuestra propia salud y subsistencia como por el valor que tienen las aves por derecho propio. ¿Nos podemos imaginar un mundo sin pájaros?"
Efectivamente, las aves son un buen indicador de la salud ambiental de nuestros ecosistemas, como evidenciaron los canarios en las minas; pero es que, además, tienen un papel fundamental en los sistemas alimentarios: dispersan las semillas y controlan las plagas.
¿Fenómenos centinelas?
El estudio es, esencialmente un censo que reúne medio siglo de observaciones de casi 150 centros de EEUU y Canadá, no ha analizado las causas de esta disminución. Sin embargo, sí que se observa que la fuerte caída en América del Norte es paralela a las pérdidas de aves en otras partes del mundo y todo apunta a que el factor más importante probablemente sea la degradación generalizada de sus hábitat del hábitat por la intensificación agrícola y la urbanización.
Y esto, en general, es una mala noticia sobre la contaminación ambiental de nuestras ciudades. Cuando un canario moría en su jaula, los mineros abandonaban la galería a toda velocidad. Era un centinela, una llamada de atención. Pues bien, ahora se acaban de morir (muchos más de) 3.000 millones, quizás es buen momento para hacer algo.
Imagen | Mehdi Sepehri
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