El uso de tecnología en las aulas ha generado mucho debate en el pasado. En Xataka precisamente hablábamos de la experiencia de varios profesores recientemente, pero las opiniones están divididas: hay educadores y padres que quieren portátiles en clase, e instituciones educativas que ven más inconvenientes que ventajas en esa tendencia.
Uno esperaría que los estudios científicos ayudaran a resolver la cuestión, pero lo cierto es que aunque los estudios parecen muy contundentes, lo son en ambos sentidos: los hay que apoyan el uso de portátiles y otras tecnologías en clase, y otros que piden a gritos la prohibición de los portátiles en el aula. Así, señores científicos, no hay quien se aclare.
Estudios aplastantes que no lo son tanto
El último de los estudios que hemos visto, por ejemplo, lo deja claro. En dicho proceso un grupo de investigadores de West Poing hizo un experimento con tres grupos de estudiantes de la asignatura de Principios de la Economía.
Cada uno de esos grupos tenía cierto nivel de acceso a tecnología (nada de tecnología, acceso a un portátil sin restricciones y acceso a un tablet con ciertas restricciones), y al final del periodo de pruebas se les realizó a los alumnos un examen para comprobar cuál había sido el impacto de contar con esas herramientas.
¿La conclusión? Las mejores notas las sacaron los que no habían tenido acceso ni a portátiles ni a tablets, algo que dejó claro a los responsables del estudio que el uso de esos portátiles y tabletas acaba reduciendo el rendimiento académico de esos alumnos. Eso sí: aclaraban al final que "eso no implica que todo uso de tecnología en clase sea dañino", ya que hay tareas que al ser realizadas en estos equipos pueden ayudar a mejorar el rendimiento.
Ni buenos ni malos, sino todo lo contrario
El problema es que aun cuando las conclusiones coinciden con otros estudios anteriores y de hecho hay numerosas instituciones que han tomado medidas al respecto, hay otros muchos estudios que sí apoyan el uso de tecnología en las aulas.
No hablamos ya del impacto que la tecnología puede tener fuera de las aulas, donde es evidente que hemos vivido una explosión de la fiebre autodidacta gracias a los cursos masivos online y también un refuerzo del aprendizaje tradicional con servicios como el atractivo Smartick.
Hablamos de cómo la educación tradicional sigue teniendo un valor implícito, tanto en su formato como en las herramientas utilizadas. Varios estudios nos hablan por ejemplo de ese valor seguro que parece ser el libro en papel, pero aquí de nuevo hay estudios que afirman que el libro de texto electrónico puede contribuir a mejorar los resultados académicos.
Las iniciativas para introducir tecnología en el aula son muy numerosas, pero probablemente una de las más relevantes es la llevada a cabo por el proyecto One Laptop Per Child, iniciada por Nicholas Negroponte y que según ciertas experiencias contribuía a mejorar las capacidades de resolución de problemas de los alumnos, algo curioso teniendo en cuenta que años antes otro estudio parecía dejar claro que esos maravillosos portátiles dirigidos a niños de países emergentes no tenían impacto educativo alguno.
¿A quién creer? Probablemente a ninguno de esos estudios: cada experiencia y cada situación es única, pero es evidente que la introducción de tecnología en las aulas tiene tantas ventajas como inconvenientes. Saber medirlas y valorar su impacto es algo que puede ser crucial, pero en ese proceso deben estar implicadas todas las partes: profesores, alumnos y padres.
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