Mitos y realidades sobre la autonomía de los teléfonos móviles

La autonomía de las baterías con las que contamos en nuestros dispositivos móviles es limitada, y la queja es constante: avanzamos mucho en otras prestaciones -cámara, potencia, calidad de pantallas- pero aparentemente muy poco en la duración de las baterías.

Todo eso ha hecho que surjan mitos varios sobre cómo hacer un uso perfecto de la batería en nuestros smartphones. Algunos son ciertos y otros falsos, pero lo que ocurre con esas afirmaciones en el caso del cuidado de las baterías también ocurre al hablar de la autonomía de estos dispositivos. ¿Qué creerse y qué no?

La batalla por la eficiencia es real

Esas quejas, no obstante, deben ser cuestionadas. Es cierto que hace años que los smartphones no pasan del día o día y medio de autonomía en un uso más o menos normal, y parece que los fabricantes hacen que la prioridad no sea alargar esas autonomías, sino hacer que estos dispositivos sean cada vez más potentes o tengan mejores cámaras.

¿De verdad que la autonomía de las baterías no han mejorado nada? Esa podría ser la impresión al comprobar cómo lo de estirar la utilización de nuestros smartphones durante todo un día parece seguir siendo una tarea complicada. Y sin embargo es evidente que aunque las eternas promesas de la revolución en baterísa no paran de llegar -hemos oído de todo- lo que sí se ha mejorado es la eficiencia de estos dispositivos.

Lo hemos comentado en diversos análisis: puede que algunos no lo aprecien, pero que dispositivos con esta potencia aguanten lo mismo que aguantaban dispositivos mucho menos ambiciosos es destacable. La gestión energética que ofrecen los sistemas operativos móviles se suma a las mejoras que han ido integrando los fabricantes de procesadores. Obtenemos más potencia y mejores prestaciones en todo y seguimos disfrutando (y sufriendo) esas autonomías que rondan uno o dos días (según el uso, claro).

Así que ese es el primer mito que deberíamos reconsiderar a la hora de hablar de la autonomía de los teléfonos móviles. No es desde luego peor si tenemos en cuenta todo lo que hemos ganado en prestaciones, pero como siempre hay otros factores en juego.

Qué se come la batería de nuestro móvil

Lograr una gran autonomía de batería es fácil de decir, pero mucho más difícil de hacer. La idea es intentar no hacer muchas cosas al mismo tiempo: dado que nuestros móviles están compuestos de un gran número de componentes y tecnologías que necesitan su cuota de batería, la idea es la de maximizar el uso de características poco exigentes y minimizar el de las muy exigentes.

Un estudio publicado en diciembre de 2013 por un grupo de investigadores de la Universidad de Chung Hua en Taiwán (PDF) analizaba el impacto de estos componentes en el consumo de energía de un smartphone convencional. Aunque los datos pueden haber variado algo en los últimos modelos de los fabricantes queda claro que la CPU y la conectividad GSM y WiFi son las clásicas culpables de la autonomía de nuestros dispositivos.

Si usamos mucho cualquiera de estas características notaremos como esa autonomía se ve afectada, y aquí más que mitos hay realidades. Es evidente que al jugar a juegos exigentes la CPU y la GPU agotarán más rápidamente la batería del móvil, pero también lo es el hecho de que tener permanentemente activada la conectividad WiFi si no la vamos a usar no es tampoco muy buena idea.

Ese mismo estudio revelaban que los chips analizados necesitaban 1,4260W al escanear redes disponibles y tan solo 0,89W al hacer transmisión de datos. Si estamos conectados a la WiFi pero sin transmitir, el consumo baja a los 0,256W según esos estudios, lo que no es nada despreciable teniendo en cuenta que no la estamos usando.

Otro dato curioso que se revelaba en ese estudio: enviar datos consume más que recibirlos. Aunque las pruebas se realizaron con conexiones ahora algo obsoletas (EDGE y WiFi 802.11g), en ambos casos quedó demostrado que la eficiencia energética mejora más en la recepción que el envío en este dispositivo. El consumo energético de Bluetooth es "muy bajo", y en ese estudio se introducía un estándar especialmente llamativo en este ámbito pero nada extendido en el campo de los smartphones: ZigBee era ultraeficiente y según estos investigadores podría combinarse con WiFi para sustituir esas conexiones a la hora de escanear redes disponibles por ejemplo.

Otro estudio relacionado y algo más reciente de investigadores de la universidad de Aalborg en Dinamarca (PDF) se centraba en la eficiencia energética de las tecnologías de conexión a redes móviles, y allí aclaraban que la evolución de estas redes también nos ha favorecido: LTE y sus iteraciones es más eficiente que anteriores soluciones, aunque como afirmaban otros expertos eso depende también de factores como la banda de frecuencias usada o de la cobertura 3G o 4G que exista en la zona en la que nos encontramos.

Cerrar tareas no ahorra batería

Aparte de esos factores cruciales, otro de los apartados que influyen en la autonomía que obtenemos de nuestro dispositivo está en el citado uso de la CPU, pero atención porque aquí hay un viejo mito siempre comentado. ¿No será mejor tener aplicaciones cerradas completamente que disponibles en segundo plano en el móvil?

Esa era la impresión para muchos usuarios, que se empeñaban en cerrar tareas que tenían en segundo plano sin usar tanto en Android como en iOS. Hace años eso podría tener sentido sobre todo por la gestión de memoria, un recurso escaso en aquellos primeros smartphones. Las cosas han cambiado notablemente, y no solo disponemos de más memoria, sino que la gestión de este recurso es ahora mucho más eficiente.

De hecho cuando en Android "sacamos" una aplicación fuera de la pantalla en el gestor de tareas realmente no la estamos "matando", algo que solo se puede hacer deteniendo del todo la tarea en el gestor de aplicaciones del sistema. A raíz de este mito comenzaron a surgir aplicaciones que prometían matar esas aplicaciones para mejorar la autonomía de la batería, pero muchas de ellas irónicamente hacían lo contrario: provocaban un mayor consumo de batería.

Esta semana asistimos a la confirmación de ese hecho por parte tanto de Apple como de Google, que indicaron que cerrar aplicaciones no tiene impacto alguno en la batería. De hecho, indicaba uno de los máximos responsables de ingeniería en Android, detenerlas incluso podría tener un leve efecto negativo. En Wired explicaban con algo más de detalle cómo funciona la gestión de tareas en estos dispositivos, pero la idea es clara: los sistemas de gestión de tareas son suficientemente listos ya como para lograr la máxima eficiencia a la hora de trabajar con todas las aplicaciones que vamos usando en nuestros smartphones.

Eso es especialmente cierto ahora que por ejemplo Android incluye Doze en Marshmallow, una tecnología que va más allá en el nuevo Android N que aparecerá en otoño. Esa gestión energética ha sido también característica clave del buen rendimiento de los iPhone, que a pesar de contar con baterías de menor capacidad que muchos de los dispositivos basados en Android lograban una autonomía destacable, sobre todo tras la llegada del modo de bajo consumo de iOS 9.

Hay obviamente buenas prácticas e incluso aplicaciones que efectivamente ayudan a hacer un uso más inteligente de nuestros dispositivos, pero en muchos apartados las plataformas móviles ya han madurado lo suficiente para tratar de ofrecer la máxima autonomía posible. Al final, eso sí, seremos nosotros los que condicionaremos esa autonomía con el uso que le demos a nuestros dispositivos, por supuesto.

En Xataka Móvil | La batería, la deuda pendiente de los smartphones

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