Los oficinistas y teletrabajadores varios tenemos mucha suerte: además de trabajar con aire acondicionado en verano y calefacción en invierno, sin estar cara al público ni tener que levantarnos de la silla, nos permitimos el lujazo de inventarnos dramas artificiales con los que echar la mañana del lunes. Esta semana le tocó a la personalización extrema de la pantalla de inicio de los iPhone, que con los atajos ya existentes y los widgets que trae iOS 14, unidos a herramientas de terceros, permiten dar rienda suelta a la imaginación y hacer realidad lo que hasta hace un par de años era imposible.
Dos bandos, dos facciones irreconciliables, surgieron frente al fenómeno:
Los puristas de Apple que claman por lo espantoso de estas pantallas, de estas aberraciones, y consideran que Apple debería poner restricciones a iOS para imposibilitar estas estéticas.
Los defensores de la libertad individual que consideran que son libres de hacer lo que les venga en gana por un teléfono por el que han pagado, especialmente cuando las implicaciones son meramente estéticas.
Benditas modas
Yo personalmente me inclino por los diseños austeros, sobrios, sin estridencias. Los que hace Apple suelen entroncar en esa tradición, y aunque me parecen simpáticas como bromas, jamás configuraría yo una pantalla de inicio emulando lentejuelas, brillos, poses bohemias y ese tipo de cosas que encajan más con portadas de discos de Rosalía que con lo que estamos acostumbrados a ver salir de Cupertino.
Un smartphone es una extensión de nosotros mismos, y queremos darle nuestra identidad de la misma forma que la construimos mediante nuestra ropa o nuestro corte de pelo
Ahora bien, pensar en decirle a alguien lo que tiene que hacer o no, a efectos estéticos, con su teléfono de 1.500 euros (en realidad da igual, como si le ha costado 100), me parece tan gracioso como el hecho de que alguien venga a decírmelo a mí. Ya sea un adolescente con los calcetines por las rodillas y un degradado impoluto en la cabellera, el mismísimo Tim Cook o Agamenón y su porquero. Es mi teléfono y hago lo que me viene en gana con él en tanto en cuanto no me salte ninguna ley.
A 2020 hemos llegado con una moda trash, irreverente, que difícilmente entenderemos los mayores de cierta edad, como tampoco la entendían los que eran mayores cuando nosotros éramos los adolescentes. Así son las modas. Es uno de los primeros zarpazos de la edad adulta-de-verdad: el mundo ya no está hecho para nosotros. E igual que cuando llega la crisis de los cuarenta, mirarse frente al espejo contando canas no aporta nada. Aprovecha lo nuevo, o hazte a un lado. Lidl, por ejemplo, entendió esto a la perfección e hizo lo primero.
Esto es ser consciente de las limitaciones de tu marca, entender el contexto cultural de esta época, y explotar esa marca. 10/10 a Lidl. https://t.co/tRaivtgaRP
— Javier Lacort (@jlacort) July 2, 2020
No se acaban aquí los ejemplos. Veamos cómo eran las terceras equiparaciones (la de mayor libertad cromática y mayor función comercial) de algunos equipos de fútbol hace unos años, y cómo son las actuales de esos mismos equipos.
La moda, por definición, es transgresora. Un "qué espanto" dicho por la generación quince años mayor equivale a una victoria, a una validación. Y en la moda proyectamos nuestra identidad. Siempre, de forma consciente (quiero llevar una cresta de colores para que todos sepan que me estoy rebelando, quiero llevar un Rolex de 15.000 euros para que todo el mundo sepa que me va muy bien económicamente) o inconsciente (visto de colores neutros y sin pretensión porque solo quiero pasar desapercibido).
Los smartphones son el último invento cuya capilaridad roza el 100% entre una gran parte de la humanidad por encima de los doce años. Igual que los zapatos, por ejemplo. Vivir sin móvil en 2020 no es muy diferente a vivir descalzo. Y como con los zapatos que elegimos los que decidimos tenerlos, su personalización es parte del ritual de hacerlos nuestros. Hasta ahora, iOS no ofrecía apenas opciones, y los dueños de un iPhone se tenían que contentar con ponerle un fondo de pantalla y a lo sumo, una funda. Una neutra y discreta, o una con orejitas y pompones. Y se hacía.
Ahora tampoco es que Apple permita gran cosa en cuanto a personalización, pero la llegada de los widgets, las aplicaciones para personalizarlos y las opciones que da la app nativa Atajos sirven como salvoconducto para lo que todos ya sabemos: dejar la homescreen del iPhone como la de Windows 95, como la de iOS 6 o como algo inenarrable que ya será estudiado por los antropólogos en su momento.
El tema es que por muy horteras que nos parezcan ciertas personalizaciones, podemos rasgarnos las vestiduras, pero pretender que se restrinjan al resto las opciones puramente estéticas es otra cosa. A estas alturas, suena igual que pensar que un fabricante de coches debería poner DRM en sus llantas para evitar que alguien pusiera unas cromadas o alguna tropelía así, o que si detectase que se le está pintando con un color no autorizado el coche directamente no arrancase. Serán todo lo horteras que quieran, pero han pagado por ese coche. ¿Recuerdan los locos años del tuning, antes de la crisis?
Llegados a este punto, uno no puede evitar pensar que, si algo ha quedado claro, es que hay un interés notable en personalizar el iPhone. Si estamos viendo este pequeño fenómeno pese a que el proceso es tedioso y la ejecución aún más (cada aplicación creada con un atajo para personalizar el icono tarda tres segundos en abrirse), ¿qué podría ocurrir si Apple abriese la mano y permitiese un mayor grado de personalización de forma nativa? Por lo pronto, tenemos el caso del diseñador que un día se acostó poniendo a la venta un pequeño set de iconos para iOS y cuando se despertó tenía 10.000 dólares más en su cuenta bancaria. Y conociendo a Apple, esto significa que un proceso nativo también le supondría un 30% de comisión poniendo su pasarela.
Y llegados a este punto, uno incluso se plantea si no estaría mal dar un estilo homogéneo a su pantalla de inicio con sets de iconos tan fenomenales como el del mencionado diseñador, que junto a un fondo de pantalla apropiado da como resultado el teléfono de un Batman minimalista.
De momento descarto la idea por la pobre ejecución: recordemos que lo que permite Apple es un vericueto escarpado, no una opción como la que ofrece Android con sus launchers. Pero lo que ha ocurrido esta semana, más allá de los memes y de los comentarios jocosos, puede ser recordado durante los próximos años como el punto de inflexión en que Apple asumió que hay un interés y un mercado para la personalización de sus iPhone, los teléfonos más exitosos del mundo y al mismo tiempo los más restrictivos con su interfaz.
Mientras tanto, como dijo un sabio, dejemos que los chavales camelen como quieran. O dicho de otro modo: quiénes somos nosotros para decirle a otros lo que tienen que hacer con su teléfono. Quienes se lo plantean aspiran a ser los fantasmas del buen gusto buscando paganos a los que llevar a una epifanía, pero se quedan en niños con disfraz de esqueleto pidiendo caramelos. Muy monos.