"Una monstruosidad llena de pegamento". Así es como calificaron los chicos de iFixit al Surface Laptop de Microsoft, un portátil con un 0 sobre 10 en su famoso índice de reparabilidad.
Este equipo es el perfecto ejemplo de esa tendencia de los fabricantes a poner barreras a que metamos mano en los productos. Algunos son tan difíciles de reparar que son prácticamente productos desechables de alta gama: si el Surface Laptop se te estropea, Microsoft probablemente lo sustituya por uno que funcione y acabe reciclando lo que pueda del que les mandaste defectuoso.
Haciendo productos cada vez más difíciles de reparar
Hace ya años que asistimos a esa tendencia que está convirtiendo a equipos de sobremesa, portátiles, tablets y smartphones (entre otros) en productos casi imposibles de ampliar o reparar.
Apple fue de las primeras en destacar por la falta de "reparabilidad" de sus productos: sustituir memoria o unidades de almacenamiento en sus portátiles y sobremesas se convirtió en diversos casos en todo un desafío, aunque los propios responsables de iFixit —entre otros muchos— animaban a los usuarios a realizar estas operaciones con la ayuda de herramientas especializadas y de vídeos y tutoriales fotográficos que explicaban el proceso paso por paso.
Otros muchos en la industria han seguido esa tendencia —ni hablamos de las técnicas "cucas" de los fabricantes de impresoras—, y han hecho que ante un problema grave con nuestros dispositivos asistamos a un proceso de reparación en el que estos equipos podrían convertirse (como el Surface Laptop) en productos desechables.
El negocio no acaba cuando compras el producto
Esa política de las empresas tecnológicas tiene lógicamente una fuerte motivación económica: solo servicios oficiales o autorizados pueden garantizar la correcta reparación de problemas, aunque para daños "menores" como las célebres pantallas rotas de smartphones al final muchos servicios técnicos son capaces de solucionar el problema. Incluso los usuarios disponen de acceso a repuesto, herramientas y recursos informativos para poder reemplazar ellos mismos las pantallas de sus móviles si tienen algo de paciencia y maña.
Para muchos, no obstante, ese tipo de procesos son demasiado complejos o requieren un tiempo y dedicación de los que no disponen. Ahí es donde los servicios técnicos de las grandes se alimentan de esas barreras de acceso al "háztelo tú mismo" para cobrar al usuario precios de todo tipo por esas operaciones de reparación.
En ocasiones, como decimos, esos servicios técnicos acaban simplemente ofreciéndote un producto nuevo que sustituya al anterior porque la reparación como tal es prácticamente tan costosa (o más) como un nuevo dispositivo. Lo vemos continuamente en otros segmentos de la electrónica en los que los productos son tan baratos que prácticamente sale más a cuenta comprar uno nuevo que tomarse la molestia de reparar el antiguo.
"¿De verdad tengo que perder tiempo en ir a un servicio técnico, esperar días a que me lo reparen y pagar cierta cantidad de dinero para recuperar un aparato que quién sabe cómo funcionará a partir de entonces? Mejor me compro uno nuevo y tiro a la basura el que se me ha estropeado", pensamos prácticamente todos los que nos enfrentamos a esas reparaciones de electrodomésticos y dispositivos tecnológicos.
Cuando reparar acaba siendo un engorro
Esa reflexión tan frecuente hace que reparar un producto se haya convertido en algo incómodo y en muchos casos, hasta poco práctico. Los precios de la tecnología no paran de bajar y en ocasiones que un producto se nos estropee nos puede dar hasta una "buena" excusa para comprar ese móvil o ese portátil al que le habíamos echado el ojo.
En productos baratos precisamente esas tareas de reparación eran aún menos llamativas para los usuarios, sobre todo cuando la garantía de esos productos ha expirado. La frenética economía del consumo en la que estamos inmersos —sobre todo ahora que comprar es más cómodo y fácil que nunca— ha hecho difícil resistirse a comprar algo nuevo en lugar de reparar algo usado.
Esa tendencia no obstante parece ahora trasladarse cada vez más al segmento de productos electrónicos de gamas medias y altas en los que precisamente esa dificultad que imponen los fabricantes para repararlos nos tienta a dejar de lado esa posibilidad de la reparación. Salvo que como decimos el producto esté en garantía, acudir a un producto nuevo es una posibilidad muy sugerente.
Aquí también influyen esas historias de terror que se oyen de los servicios técnicos —de todo hay, pero como suele ocurrir, es lo malo lo que más fácilmente se propaga en el boca a boca digital—, y el hecho de que los fabricantes quieran controlar todo ese negocio que existe alrededor del acceso a sus productos. La polémica con los tractores de John Deere es un ejemplo más de cómo los productos que compramos son menos nuestros de lo que pensamos.
Esa es una de las grandes condenas de una era en la que parece es más fácil comprar algo nuevo que repararlo. La era de la informática y la tecnología desechable que tiene otro gran efecto colateral: el de esos millones de toneladas de productos electrónicos cuyo reciclaje es realmente complejo y que acaban convirtiéndose en otro de las grandes amenazas al medioambiente.
Todo ello a pesar de la existencia de esfuerzos como el de los FairPhone, esos móviles "con conciencia social" que precisamente están pensados para que podamos repararlos fácilmente y que hacen uso de componentes y materiales "libres de conflicto". Este proyecto demuestra que hay excepciones a la regla, pero eso es precisamente lo triste.
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