Con lo bien que estábamos con nuestros USB de toda la vida. Y entonces llegó USB-C y lo revolucionó todo. El conector estándar que por fin ofrecía un diseño reversible ha llegado con fuerza, pero también ha provocado un caos de variantes, versiones y cables incompatibles o que nos dejan a medias con las opciones de este tipo de puerto de conexión.
Resulta de hecho irónico que USB-C ('Conector USB Tipo C') sea un estándar, porque en realidad cada puerto de este tipo es un mundo, y el horrendo trabajo de quienes gestionan su implantación está convirtiéndolo probablemente el el peor estándar de toda la historia.
Problemas, problemas y más problemas
"Que sirve como tipo, modelo, norma, patrón o referencia". Esa es la primera acepción de la palabra 'estándar' en el Diccionario de la lengua española. Ciertamente podría considerarse por tanto al puerto USB-C como un estándar, pero es que uno normalmente asocia estos estándares como algo que nos ayuda a avanzar en diversos campos, y estos puertos están haciendo casi lo contrario.
Es cierto que hay ventajas claras para el nuevo puerto de conexión, que nos ha traído ese formato reversible —ahora muchos no vemos tantos problemas en el conector USB de toda la vida— y también la opción de acceder a mayores velocidades de transferencia, mayores suministros de corriente y modos alternativos que permiten usarlo para transmisiones de datos con protocolos diversos como los que se usan en transmisiones de vídeo con conexiones como las HDMI o DisplayPort o de datos con USB 3.1 (Gen 1 y Gen 2) y Thunderbolt 3.
Puede que esa ambición por convertirse en todo un gadgeto-puerto sea la maldición del puerto USB-C, que según qué casos será compatible con ciertas opciones de suministro de corriente, señales de vídeo (con distintas versiones a su vez) y transmisiones de datos. Es fantástico que ofrezca todo eso. Lo que no es tan fantástico es que lo haga de una forma tan confusa.
El problema no solo es del USB Implementers Forum (USB-IF), el organismo que gobierna este estándar, sino también de unos fabricantes que han aprovechado el margen de maniobra concedido por ese organismo para campar a sus anchas sin comunicar de forma clara y transparente cómo usaban el puerto USB-C y sobre todo cómo debían usarlo (y no usarlo) los usuarios con sus dispositivos.
La utopía de la carga rápida
Es así cómo nos encontramos con un sinfín de problemas. En Android Authority hablaban de muchos de ellos en un fantástico reportaje en el que ponían un primer ejemplo contundente: la carga rápida de nuestros smartphones es una pesadilla, porque en la mayoría de los casos para aprovecharla al máximo necesitaremos el cargador y el cable que proporcionan el fabricante. O eso, o tendremos que adquirir el "cargador rápido" por separado, como hacen algunos fabricantes.
Es algo contradictorio y molesto, y en las pruebas de este medio (esta tabla proviene de su reportaje) comprobaron cómo los Huawei P20, los LG V30 y los Galaxy Note 8 se comportaban de forma muy distinta según los conectásemos a sus cargadores oficiales, a sus cables oficiales, o a distintas combinaciones que incluso tomaban en cuenta los puertos USB 3.0 de un portátil y un PC de sobremesa.
Es cierto que hay etiquetas y datos en adaptadores y cables que permiten identificar esos suministros de carga y saber qué podemos esperar de cada uno de ellos, pero los consumidores —y la industria debería saberlo— somos vagos. Quizás en esto tengamos la culpa, pero querríamos un solo estándar interconectable e interoperable que funcionase igual siempre y en todo lugar.
Lo que consiguen los fabricantes con este tipo de movimientos es convertir un estándar universal casi casi en un estándar propietario que sí, podremos seguir usando para nuestros dispositivos, pero que solo aprovecharemos al máximo si usamos el ecosistema (jardín amurallado) de ese fabricante en particular. Es la maldición de nuestros días.
Los cables que freían nuestros dispositivos
Los problemas se extienden desde luego al ámbito del vídeo, y tanto los puertos USB-C como los cables ponen difícil acertar. Nuestro compañero Pedro Santamaría (@cuxtom) ya repasó los entresijos del conector USB-C y avisó sobre los problemas que ese margen de maniobra con este conector podían provocar.
Problemas que incluso llegaron a freír portátiles. Benson Leung, ingeniero de Google, saltó a la fama por freír su Chromebook Pixel y comenzar a raíz de ese suceso a analizar cables y accesorios USB-C. Sus opiniones en Amazon se han convertido en una valiosa fuente de información para quienes quieren aprovechar esos cables con seguridad, pero es que aparte de acabar teniendo estos problemas graves con nuestros dispositivos, podemos comprarnos un cable y que las cosas no funcionen como estaban.
En el citado reportaje de Android Authority hacían precisamente mención al caos que existe con los cables USB-C y los modos alternativos que funcionan con estándares como DisplayPort, HDMI, DVI-D o vídeo por componentes en sus distintas versiones. Aquí hay todo un mundo de posibilidades que hacen que ni mucho menos todos los conectores y todos los cables funcionen para todo.
Además de la interfaz que se ofrezca en el puerto USB-C (USB 3.1 Gen 1, USB 3.1 Gen 2, Thunderbolt 3) hay que tener en cuenta qué dispositivo de visualización queremos conectar o qué resolución y frecuencia de refresco queremos obtener. En algunos casos ni siquiera bastará con que el cable y el puerto sean compatibles, porque ciertas señales necesitarán además un adaptador activo y no pasivo para proporcionar la necesaria alimentación extra a esas transmisiones.
Donglelife y la maldición de la evolución tecnológica
Los fabricantes no solo han adoptado el conector USB-C como les ha dado la gana, sino que a menudo han aprovechado esa confusa versatilidad para quitarse de en medio otros conectores tradicionales.
Apple es un ejemplo de ello en sus MacBook y Macbook Pro, que han sido muy criticados por olvidarse de los puertos tradicionales, pero otros muchos fabricantes han seguido esos pasos y han erradicado puertos USB-A o puertos de vídeo con la excusa de que al fin y al cabo uno podía hacerlo todo a través de esos puertos USB-C.
Eso ha provocado otra de las maldiciones tecnológicas de nuestro tiempo: el #donglelife que ya es imposible no mencionar con ese hashtag con el que se ha popularizado en redes sociales y foros de discusión.
Muchos equipos portátiles han presumido de diseño y simplicidad, pero nos han obligado a comprar adaptadores externos para algo que siempre hemos tenido a nuestra disposición directamente en iteraciones anteriores de esos equipos.
¿La condena de la evolución tecnológica? Puede, pero una transición mixta también era y es posible, y afortunadamente algunos fabricantes siguen incluyendo puertos convencionales aun cuando van adoptando el conector USB-C.
Un problema que se repite en otros ámbitos
El caos que afecta al conector USB-C no es exclusivo de este tipo de especificación. Precisamente estos días veíamos cómo no todos los conectores HDMI de tu televisor son iguales, algo que en cierta medida nos recuerda a la situación con USB-C.
Esas distintas versiones de los puertos HDMI o DisplayPort hace que tanto esos puertos como los cables que utilizamos para conectarnos a esos dispositivos o los componentes de origen (como las tarjetas gráficas) hagan difícil acertar.
Ocurre algo parecido también con otros campos como el de los cables de red, donde el soporte de mayores velocidades con estándares como Gigabit Ethernet o incluso un incipiente 10 Gigabit Ethernet (10GbE) han hecho que productos de comunicaciones como routers o tarjetas de red se sumen a la confusión.
No solo eso: junto a esos equipos tendremos que usar cables de red adecuados, y aquí entran en juego las célebres categorías definidas por unas especificaciones que avanzan con el tiempo. Los cables Cat 6 son apropiados para redes GbE, pero no tanto para redes 10GbE en los que es mejor usar cables Cat 6A o, ya puestos, cables Cat 7. Para estándares aún más ambiciosos como 25GBASE-T o 40GBASE-T necesitaríamos cables Cat 8, y solo si no superan los 30 metros de longitud, otro de los factores clave en esos soportes. La locura.
Un caos difícilmente resoluble
Así pues, asistimos a un escenario en el que todos queremos mejores prestaciones en nuevas versiones de estos estándares, pero sin que esas prestaciones impidan que podamos utilizar productos y servicios anteriores.
La compatibilidad hacia atrás es fundamental para que la tecnología avance sin que los usuarios se vean (demasiado) afectados, pero esa misma compatibilidad es también ingrediente fundamental de un caos que ni industria, ni fabricantes ni usuarios acabamos de aclarar.
La cosa no parece que vaya a tener solución. A menos que rompamos con el pasado, y nadie quiere hacer eso del todo cuando muchos estándares antiguos y nuevos coexisten en todo el mundo.
Quizás ayudaría que los fabricantes no "versionaran" estas especificaciones para su propio provecho o que organismos como el USB-IF estableciera un etiquetado mucho más claro que los fabricantes de productos y cables siguieran. Y ya puestos, no estaría de más que los usuarios prestáramos más atención a qué podemos conectar, dónde podemos conectarlo y qué prestaciones podemos esperar de esa conexión.
La culpa, una vez más, parece ser un poco de todos. Maldita (bendita) tecnología.
En Xataka | Poka-yoke, o por qué al fin el USB-C es un conector a prueba de tontos
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